Ciudadanías para la democracia
33 el centro del problema. El asunto más relevante no es que no haya realmente convivencia e institucionalidad democrática. En algún sentido es trivial que en un sistema donde impera la sobreexplotación, la especulación financiera, la catástrofe medioambiental, no hay, ni puede haber, ejercicio democrático. Si lo hubiese, estaríamos ante una “torpeza”, un “descuido” o una “irresponsabilidad” tan monstruosa de parte de nuestros representantes que sería realmente difícil de explicar. El asunto es más bien por qué se insiste en calificar como “democrático” al sistema en que de manera tan manifiesta despliegan esas conductas, y qué sentido tiene esa insistencia. Desde hace ya mucho tiempo, la tradición teórica ha llamado “ideología” a los sistemas discursivos que encubren y armonizan de manera artificial situaciones sociales en que imperan graves contradicciones. El discurso ideológico provee identidades, en principio no conflictivas, a los actores sociales en juego; les permite verse a sí mismos y a sus antagonistas como agentes racionales, y reformular sus antagonismos como dificultades contingentes, que pueden ser suavizadas; les permite una racionalización simétrica tanto de la posición hegemónica como de la subordinada en que las causas, tanto de sus éxitos como de la opresión, son puestas más allá del alcance humano, son naturalizadas como condiciones que admiten mejoras pero no un cambio radical. Todo el sistema ideológico centrado en la noción de “naturaleza humana” es una racionalización en este sentido. Convierte la realidad de la explotación capitalista en parte de la condición humana, y la posibilidad de su superación, en una utopía noble pero ingenua y engañosa. Si los hombres son “por naturaleza” egoístas, competitivos, agresivos, pensar en una sociedad solidaria y pacífica sería simplemente un engaño. Es importante notar que en este discurso ideológico la desigualdad o la opresión provienen de un elemento permanente, estable, en que impera la necesidad (la naturaleza), un elemento que en principio es difícilmente modificable por la acción de la cultura. Este sentido fatalista, sin embargo, que permitiría explicar el “destino manifiesto” de los blancos sobre los negros, o de los hombres sobre las mujeres, es difícilmente conciliable con la fuerte impresión burguesa de que (entre los blancos, entre los hombres) se
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy Mzc3MTg=