Neoliberalismo, neodesarrollismo y socialismo bolivariano

275 complejice la definición de las clases sociales en el capitalismo contemporáneo. Creemos que esta complejización se hace resolviendo, entre otros asuntos, el complejo paso de la utilización de variables de ocupación a sistemas de clasificación y tipologías de clases sociales. Las variables de ocupación que encontramos en los sistemas de medición internacionales – tales como la CISE y la CIUO-88 usadas en el presente trabajo– sólo son proxys para dar cuenta de esquemas de clases sociales. Es decir, los modelos de clase social no se reducen a meras clasificaciones de los mercados laborales (Crompton, 1994), por lo que se debe comenzar a aclarar de qué forma las clasificaciones ocupacionales permiten operacionalizar las construcciones de clases sociales. Efectivamente, la ocupación sería una posición en el seno de las relaciones técnicas de producción –esto es, una posición dentro del conjunto de funciones o actividades en la división técnica del trabajo–, mientras que las clases sociales se definirían por la posición en las relaciones sociales de producción, es decir, relaciones sociales de poder, explotación, lucha y dominación en las sociedades capitalistas. De esta forma, no se puede definir a las clases como conglomerados de ocupaciones, pues clases y ocupación se situarían en órdenes teóricos diferentes. La dinámica del cambio social debe teorizar las relaciones entre estas dimensiones más que reducir la una a la otra ¿Es posible entonces utilizar un sistema de medición pensado desde la racionalidad técnica, la búsqueda de eficiencia productiva y una división del trabajo funcional para dar cuenta de modelos y relaciones de poder social entre las clases sociales? Esta pregunta inicial debiese orientar nuestra reflexión, considerando las variables que podrían acompañar estos esquemas de clases sociales. Sólo una vez resuelto esta cuestión, podríamos dar cuenta de la relación entre clases sociales y precariedad, lo que involucra un programa de investigación que vincule las reflexiones provenientes de la sociología del trabajo con la sociología de las clases sociales y la estratificación social. Lo que ha exhibido este texto es un avance en la materia, más no una cuestión concluyente, cerrada y resolutiva. Y, ante esta advertencia, ¿qué hemos logrado avanzar? Sostenemos que hemos dado cuenta que la precariedad multidimensional permea transversalmente las ocupaciones, lo cual nos hace sugerir como hipótesis que la precariedad podría ser pensada como un fenómeno social transclasista. Sin duda, este trabajo requerirá de una nueva comprensión del mismo fenómeno, por medio de un enfoque relacional e interseccional entre género, raza, clase y edad, con el objetivo de identificar los pliegues en que la dominación se expresa, así como las nuevas/viejas potencialidades de lucha para la emancipación social. Junto con estos factores recién señalados, también habrá que avanzar en el estudio de la forma en que la precariedad se distribuye por las estructuras ocupacionales y clasistas de forma geográficamente diferencial. Ello es así puesto que las formaciones sociales capitalistas, sus mercados

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