Neoliberalismo, neodesarrollismo y socialismo bolivariano
223 cruzado de las demandas del mercado laboral, productor de plusvalía, y de empeños gubernamentales en la garantía de estabilidad social o cohesión social. Esta conjugación de estrategias, que resultó favorable a la reproducción del capital, se tornó más sustentable en la inmediata segunda posguerra, en 1945, bajo la égida de las políticas keynesianas que, por treinta años, propugnaron el pleno empleo, la implantación de políticas sociales universales y el combate a la pobreza absoluta por medio del control estatal de los precios, inflación y salarios. Tal regulación fue posible gracias al aumento de la industrialización y de la oferta de trabajo asalariado, del avance científico y tecnológico y del uso intensivo de técnicas fordistas de producción en masa y de larga escala. Sin embargo, los mayores frutos de esa experiencia económica fueron para la acumulación extensiva del capital mediante la ampliación del mercado de consumo potenciada por un notable aumento de la demanda. Al Estado, por lo tanto, identificado como de bienestar, le cupo el papel estratégico de, más allá de la garantía de la estabilidad social y de derechos sociales conquistados por los trabajadores, captar recursos para el financiamiento de esas garantías, sin desestimular las inversiones del capital y la innovación tecnológica necesaria al aumento de la productividad empresarial. Con el agotamiento de ese padrón de acumulación, expresado, a mediados de los años 1970, en la caída tendencial de la tasa de ganancias, debido a una crisis de superproducción, y en la erosión de la legitimidad político-partidaria, y hasta sindical, del modo keynesiano/fordista de regulación socioeconómica, surgó, victorioso, el padrón de gobernabilidad neoliberal adepto al libre mercado. Fue en ese período que, irónicamente, America Latina, incluyendo a Brasil, salió de una experiencia denominada desarrollista, nacional-popular, coetánea con el keynesianismo/fordismo de los países capitalistas centrales, para vivir una sucesión de golpes dictatoriales militares, colocados al servicio de la expansión de la acumulación del capital internacional, especialmente en su versión financiera. O sea, el neoliberalismo que, en principio, seria contrario a las dictaduras, utilizó ese expediente para penetrar en la periferia del capitalismo y apoderarse ahí del poder político. No resulta extraño que el mayor pretexto para la instauración de los referidos golpes, en América latina, fue el combate al comunismo que, de acuerdo con discursos neoliberales apocalípticos, desde entonces difundidos, podría expandirese por este subcontinente, teniendo como (mal) ejemplo a la revolución cubana de 1959. Así, se destaca la principal diferencia entre el liberalismo clásico y el llamado neoliberalismo. En este nuevo liberalismo, se trata de refundar la perspectiva liberal-burguesa que, en el pasado, tenía como objetivo de combate las sociedades pre-capitalistas, pero con otro blanco: el socialismo. Su principal objetivo - resalta Roitman (2007, p. 21) - “es evitar la superación de la sociedad burguesa por la sociedad socialista” (traducción nuestra). Por tanto, el control ideológico, en medio de las demás fuentes del poder estructural del capital, ha sido de particular importancia dada la sustancial
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy Mzc3MTg=