Neoliberalismo, neodesarrollismo y socialismo bolivariano
220 y futuros son privadas, todos, incluyendo los gobiernos, tienen sus intereses materiales restringidos por los intereses de los capitalistas que, a vez, dependen da rentabilidad de sus inversiones. Donde se concluye que la búsqueda por satisfacción de intereses personales y nacionales dependerá de los impactos de esa búsqueda en las decisiones de inversión privada. En otras palabras, de Pzerworski y Wallerstein, “en una sociedad capitalista, el intercambio entre consumo presente y futuro para todos se basa en el intercambio entre el consumo de aquellos que son propietarios del capital y de las ganancias y de aquellos que no lo son” (apud GOUGH, idem, p. 119). Liberalización y desregulación de los flujos del capital . La importancia de esta fuente está asociada a su utilidad a la fuente anterior. Es ella la que constituye la vía a través de la cual el control sobre las inversiones se puede realizar, sin impedimentos y de manera extendida, más allá de las antiguas jurisdicciones nacionales. Fue gracias al proceso de liberalización y desregulación de los flujos comerciales y financieros en escala global que el poder estructural del capital se fortaleció, se intensificó y alcanzó niveles cualitativamente diferentes de intercambios transnacionales. Factores como la descolonización y el colapso del socialismo soviético, en 1989 y 1991, contribuyeron en la expansión de la lógica del capital, mediante acciones de los mercados y de las empresas capitalistas de casi todas partes del mundo. Esa posibilidad de liberación del capital de constricciones reguladoras, desde la caída del modelo económico keynesiano/fordista, prevalecente en el período comprendido entre 1945-1975, también hizo que el capitalismo rompiese con cualquier compromiso social y humano; o, como dice Chesnais (1977), hiciese que el capital se reencontrase con “su capacidad de exprimir brutalmente los intereses de clase sobre los cuales está fundado” (p. 8). Control y explotación de la fuerza de trabajo . Esta es una fuente de poder cuya eficiencia aumenta con la expropiación del trabajador de los derechos laborales conquistados a duras penas en siglos de lucha de clase; o de cualquier otra forma de sobrevivencia que lo impida de vender su fuerza de trabajo como mercancía. Esto porque, cuanto más el trabajador necesita, por falta de alternativa, insertarse en el proceso de producción, más él refuerza el dominio de la clase capitalista sobre sí mismo; un dominio que se expresa en la definición tanto de las condiciones de producción (horas, descanso, ambiente, flexibilidad) como de los niveles de los salarios. La opresión que esta realidad inexorable impone a la clase trabajadora la hace prisionera condescendiente de su propio verdugo, porque al procurar salvaguardar su empleo, del que depende para vivir, tendrá que velar por la continua rentabilidad de la empresa y de la acumulación del capital para continuar empleado. Se podría objetar que el capital también depende del trabajo y, por eso, no puede dilapidarlo. Sin embargo, como muestra Gough (idem, p. 122),
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