Coloquio democracia y participación universitaria

Coloquio Democracia y Participación Universitaria [ 100 ] “Es cierto que no habría comunidad si no hubiera participación y por lo mis- mo es necesario que todos los universitarios elijan sus representantes en los consejos, pero la participación no puede limitarse a votar. Aun las fórmu- las electorales más participativas no permitirían calificar a una universidad como democrática si los miembros de la comunidad no participaran en la rea- lización de las funciones sociales específicas de la institución. Es decir, una universidad no será propiamente democrática aunque en su interior tengan todos derecho a voto, si no cumple eficazmente la tarea de enseñanza y crea- ción artística o científica encomendada por la sociedad, para cuya realización recibe recursos y privilegios.” Y luego agrega: “ (…) el problema del gobierno universitario es secundario al de una organización racional de las funciones universitarias esenciales (…).” El mensaje que nos está entregando Luis Izquierdo con una profundidad im- presionante es bastante claro. Y se resume en la última frase de la cita: el pro- blema del gobierno universitario es subalterno y dependiente con respecto al problema de las funciones y fines para y por los cuáles existe la Universidad. Esa es la tesis central que yo quiero sostener aquí, y esa tesis es también un llamado a discutir desde esa perspectiva el problema. Si uno mira los dis- tintos períodos que mencioné, el “Qué” antecede al “Cómo” y ambos se van imbricando de manera que uno necesita al otro como condición de existencia. De esa manera, la democracia y la participación en el gobierno universitario tienen que ver, sobre todo, con un programa, tienen que ver con un para qué. Cuando eso engancha y se hace carne, ahí se produce la comunidad univer- sitaria, ahí se expresa, ahí surge, cobra vida, reclama y construye su espacio natural. De lo que estoy hablando es entonces de la permanente construcción de una “convención”, de un “acuerdo”, que se expresa en la manera en que la Universidad se da un gobierno para ejercer su autonomía, su libertad de reflexión y acción en lo que le es propio. Es más, creo que si no asumimos esa perspectiva, el tema de la participación o la triestamentalidad como consig- nas, corren el riesgo de vaciarse de contenido. Puede ser 10%, puede ser 25% de participación, no es ese el tema más rele- vante a mi juicio, por importante que pueda parecer en cada coyuntura. Se trata más bien de un “acuerdo” que busca responder a interrogantes profun- das del quehacer universitario, en un contexto de pluralismo y de disputa de proyectos. Y obviamente este “acuerdo” se interroga sobre el gobierno univer- sitario, se refiere a las políticas, a las decisiones, al cuándo se toman, quién las toma, adónde se toman, y cuáles son los espacios que existen, cuáles son las autoridades unipersonales pertinentes y cómo es la mejor forma de generar- las, y un largo etcétera. De hecho, por ejemplo, Luis Izquierdo criticaba mucho ese presidencialismo excesivo tan arraigado en la cultura política chilena, y decía que en realidad ese era el gran problema de la Universidad desde el punto de vista de su go- bierno: depositar “todo” en la autoridad principal. Sus dichos, en plenos años 80, eran visionarios respecto a lo que tratarían de ser los dos rectorados de Jaime Lavados entre 1990 y 1998. Tal vez él lo preveía, pues sin duda conocía a los actores. Pero a su diagnóstico, yo agregaría la dispersión en Facultades estanco que operan como feudos y que luchan por evitar que la Universidad se de una visión y un proyecto de conjunto. Esa es una tensión que tiene larga data y un origen profundo en la historia de la U pero que se ha visto exacer- bada por el esquema neoliberal de “sálvese quién pueda y cómo pueda (en el

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