Cuadernos de Beauchef: ciencia, tecnología y cultura
61 Ciencia, Tecnología y Cultura quinaria mecánica en la industria textil al introducir la máquina de vapor, imponiendo el sistema de producción fabril. Sin embargo, el término presenta algunas limitaciones pues ciertas perspectivas his- toriográficas han puesto en evidencia algunos reparos que podrían resumirse en tres puntos: 1) que los cambios abarcan a varios sec- tores, afectando al conjunto de la economía, y no solo a la industria; 2) que el término revolución apunta a un cambio brusco, limitado y generalmente corto, cuando en realidad la “Revolución Industrial” fue un progreso ininterrumpido, que arranca en el siglo XVIII y con- cluye en el siglo XIX, con antecedentes muy lejanos y consecuencias de largo alcance; 3) que Revolución Industrial e industrialización no necesariamente son sinónimos, en el sentido que el primero refiere al proceso de difusión de bienes de capital, formas de organización y técnicas a otras regiones o países, a través de la imitación o impor- tación directa, mientras que el segundo refiere a la incorporación de tales métodos productivos al proceso de elaboración secundaria; ello, en consecuencia, permitiría hablar –por ejemplo- de industria- lización en España durante el siglo XIX, pero no de Revolución Indus- trial. Agréguese a lo anterior que el término mismo tampoco tie- ne una cronología exacta, lo cual ha sido ampliamente debatido por los historiadores. Tal inexactitud, por cierto, se debe a las variables más importantes a considerar a la hora de hablar de este proceso histórico. Por ejemplo, si se hace hincapié en el cambio tecnológi- co, propiamente tal, que comienza en 1780, con las innovaciones tecnológicas en la hilatura del algodón, la máquina a vapor o la si- derúrgica; o si se enfatiza en el crecimiento económico, vale decir, en el PIB per cápita, que –por cierto- fue lento durante el siglo XVIII, consolidándose a partir de 1850. Sin perjuicio de lo señalado, es posible constatar que el tér- mino Revolución Industrial, pese a sus limitaciones, está tan arrai- gado que no conviene cambiarlo por otro. No obstante, en términos
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