Cuadernos de Beauchef: ciencia, tecnología y cultura
58 Cuadernos de Beauchef char la diversidad de temperamentos. Ese tejido precede al sujeto, lo acoge (incluso cuando lo expulsa, cuando la inscripción fracasa) dándole un sentido. La comentada orfandad de la experiencia mo- derna surgirá de la ausencia de sentido y, por ello, de una relación con el conocimiento cada vez más signada por la productividad, es decir, por los resultados. En este contexto, no habrá ya lugar para el ingenio que no sea el de la artificialidad de la máquina, que no pue- de renunciar a la generación de lo vivo, insuflando el soplo vital a su engendro. Por supuesto, nada de esto es nuevo ni imputable a la sistemática aniquilación de la experiencia a la que hemos asistido en el último siglo; ya a principios del siglo XIX (1818, para ser exactos) la literatura nos entregaba un ejemplo magnífico de este giro im- potente de lo vivo hacia la máquina y, claro está, no es extraño que ocurriera en Inglaterra, donde se estaban produciendo los cambios técnico-industriales más sustanciales. Es el moderno Prometeo de Mary Shelley, su Frankenstein, el que nos enrostra su autoculpable abominación en tanto engendro, porque ingenio, engendrar, parti- cipa del mismo campo semántico de la creación mal hecha, de la “criatura informe que nace sin la proporción debida”, y como es sa- bido, la informidad de la “criatura horrenda” de la novela de Shelley no es solo física sino, sobre todo, moral; únicamente el rechazo de los hombres lo conducirá, al final del relato y de su vida desgraciada, a la decisión, que será su postrer acto propiamente humano. La invención, el engenero del engendrar, propio de una acepción del ingenio y, por extensión, del oficio del ingeniero, con la modernidad se encuentra siempre demasiado cerca de este riesgo, un peligro que crece en igual proporción que la desaparición de los mecanismos que dotan de sentido (dijimos mundo) a las prácticas de construcción de conocimiento, especialmente si, en el marco pragmático de los saberes, estas determinan la existencia de cosas y seres. El ingenio, trasquilado y empobrecido, tal vez pueda todavía hacer un mínimo aporte si a este trabajo se le resta el mito del pro- greso y se lo devuelve a la no tan pequeña escala de la responsabili- dad civil del animal que vive con otros.
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