Cuadernos de Beauchef: ciencia, tecnología y cultura
20 Cuadernos de Beauchef La comprensión de que la luz, tal como la experimentamos, es una realidad mental y que habitamos en un mundo que es os- curo, constituye el segundo paso en nuestra reflexión. Según este entendimiento, la información entregada por la luz es información potencial disponible, pero es el cerebro el encargado de organizar e interpretar esa información de un modo en que seamos capaces de experimentar su representación. La palabra representación es especialmente adecuada para definir la naturaleza de nuestra experiencia visual si es que no ol- vidamos que en el cerebro nunca entra luz, sino que la energía lu- mínica es traducida en impulsos electro-químicos que poseen una correspondencia formal aproximada con su estímulo. La compren- sión de esto vuelve a debilitar al modo cotidiano en que nos relacio- namos con los objetos en el mundo, ya que habitamos con la certe- za de que el mundo co-responde a nuestras percepciones sobre él. Cambiar esto significa romper una profunda correspondencia entre el individuo y el mundo. Volvamos al pintor de bodegón y la manzana. Hasta ahora podemos describir las imágenes como representaciones mentales que nacen de la interacción entre el aparato perceptivo y la ener- gía potencial proveniente del entorno. La neurología ha descrito de manera detallada cómo es que esta energía es captada, traducida y conducida por un sistema que va desde los ojos hasta el lóbulo occi- pital para activar distintas zonas del córtex visual. Debido a la exten- sión y propósito de este ensayo, no ahondaremos en la neurología de la visión. Mi propósito aquí es señalar la diferencia entre una comprensión de las imágenes desde el punto de vista neurológico y una compresión de las mismas como fenómenos de la experiencia, ya que esta aclaración nos conducirá a un tercer paso en el análisis de la imagen.
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