Aportes al mejoramiento en la cadena de valor hortícola de la provincia de Chacabuco

56 APORTES AL MEJORAMIENTO EN LA CADENA DE VALOR HORTÍCOLA DE LA PROVINCIA DE CHACABUCO et al., 2010, Cotê et al. , 2010, Santibáñez et al, 2014). El viento, las temperaturas extremas, el granizo, las ondas de calor y frio, las heladas polares han dado igualmente señales de un cambio conductual amenazante para la agricultura. En el caso de la Provincia de Chacabuco, los pronósticos para la segunda mitad de este siglo indican aumento de temperaturas, lo cual tendría diferentes efectos en épocas estivales o invernales, ver en apéndice Figuras 50, 51, 52, 57, y 58. Bajo este mismo escenario, se espera una disminución de la precipitación en la Provincia de entre un 15 a un 20% lo cual aumentaría el déficit hídrico aumentando los requerimientos de riego cerca del 10% de frutas y hortaliza, ver en anexo Figuras 55, 56, 59 y 60. Todos estos cambios ya observables, se alinean perfectamente con lo que la ciencia climática espera, siguiendo la perfecta lógica termodinámica que regula a los procesos atmosféricos. El calentamiento global ha provocado una “aceleración” de estos fenómenos, haciendo a los climas más intensos e inestables. Para evitar que estos fenómenos tomen un curso aún más amenazantes, la COP 21 hizo todos los esfuerzos para llegar a un acuerdo que evite el calentamiento global más allá de los 2°C. (IICA, 2015). Cualquiera sea el caso, la domesticación de las plantas cultivadas ha sido a costo de una extrema dependencia del ser humano. Muchas de las especies que nos alimentan perdieron casi por completo su habilidad para sobrevivir sin la ayuda del ser humano. Hemos cambiado rusticidad por productividad, abundante y de calidad, este cambio ha hecho que el ser humano deba ayudarles a sobrevivir, lo que aprendimos a hacer bien a través de la agricultura, pero nos coloca en una situación de extrema vulnerabilidad frente a un cambio de escenario climático. Nuestra alimentación depende de unas pocas especies de las cuales 30 especies proveen el 90% de las calorías consumidas por la humanidad (FAO, 1997), de estas, solo 4 aportan el 60% de la energía consumida por los humanos (trigo, maíz, arroz y papa). Un alza de 2°C las alejaría significativamente a estas especies de la condición en la que pueden ser más productivas, por lo que se espera una caída de rendimientos o un desplazamiento de las zonas de cultivo (Santibáñez et al., 2014). En el segundo caso no sabemos si un cambio de zona geográfica no se encontrará con otros problemas que en la actualidad son difíciles de pronosticar, por lo que es una solución mucho más incierta, además de los desajustes sociales que ello provocaría (FAO, 2007). De este hecho es que surge la necesidad de trabajar en adaptación, lo que menos desajustes sociales, ambientales y territoriales generaría, sería el realizar los cambios en los sistemas de producción, en la genética, en la gestión de los recursos naturales, en la administración de los insumos y prácticas de protección, en el procesamiento, almacenamiento y comercialización, de modo de dar sostenibilidad y competitividad a la producción de alimentos bajo un escenario climático diferente. EL CASO DE LA ZONA CENTRAL DE CHILE La zona central de Chile ha venido sufriendo algunos cambios climáticos durante los últimos 100 años, los cuales se han hecho particularmente evidentes desde los años 80 hasta el presente. Por una parte la precipitación ha declinado a razón de 1 a 2 milímetros por año en los últimos 50 años, lo que ha llevado al promedio de precipitación anual a un valor cercano a los 300 mm en Santiago. La temperatura máxima ha aumentado a razón de 0,23ºC cada 10 años. Junto con estos cambios, las tasas de evaporación han aumentado en alrededor de 10%, lo que ha contribuido a aridizar el clima de la región metropolitana. Aparte de estos cambios cuantitativos, el régimen de lluvias ha sufrido cambios cualitativos. Es así como el número de días de lluvia cayó en Santiago desde unos 50 días por año a poco más de 30 días por año, lo que ha hecho que los períodos de sequía entre lluvias, sean algo más prolongados. Si bien el número de heladas pareciera estar disminuyendo, la frecuencia de heladas de origen polar estaría aumentando, lo que estaría haciendo que las heladas tengan un mayor potencial destructivo. Figura 44. Temperatura máximas promedio en grado Celcius.

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