Mapuche Nütram

30 MAPUCHE NÜTRAM HISTORIAS Y VOCES DE EDUCADORES TRADICIONALES Fue un cambio relevante con respecto a sus actividades profesionales de los últimos años y, a fin de cuentas, una consecuencia lógica de toda una vida siguiendo sus impulsos más íntimos. Su vida la ha llevado, una y otra vez, a buscar la coherencia consigo misma, a reconocer y actualizar constantemente su verdadera vocación, hecho que se refleja, incluso, en el aspecto más onírico de su vida. Esto es lo que llevó a Antonia Huentecura a “ponerse la armadura” de weychafe (guerrera). Esta es su historia. Manzanas y narraciones en torno al fogón Antonia heredó de sus padres la fuerza para enfrentar la adversidad. En los años ‘60, como muchos otros mapuche y personas de zonas rurales, cada uno de sus padres por separado emigró a la ciudad, forzados por la necesidad de recursos, en busca de una oportunidad laboral. Una vez en Santiago, sin redes de contacto ni trabajo, se conocieron, formaron una familia y enfrentaron juntos las dificultades de vivir con lo justo. En ese contexto, comenzaron a participar activamente de una toma de terreno para poder acceder a una vivienda, junto a otros vecinos, varios de los cuales también eran mapuche. “Al final, se obtuvieron las casas y las dieron por manzanas, por abecedario. Nosotros éramos de la H. Ahí estábamos los Huentecura, los Huaiquil, los Huilcapán. Y al frente estaban los con L, los Lipian, los Lincopi. Entonces éramos varios y, claro, por ejemplo siempre tuvimos amigos y familias mapuche muy cercanas”, recuerda Antonia. Si bien estaban afincados en la capital, la familia mantuvo una vinculación permanente con sus parientes avecindados en Taife, localidad cercana a Carahue, en la región de La Araucanía. Junto a hermanos y primos, Antonia viajaba frecuentemente al sur, donde pasaba los veranos en la comunidad de sus padres junto a sus abuelos, tíos y el resto de sus familiares. En ese escenario, Antonia se fue nutriendo de la cultura de sus ancestros. Reunirse junto al fogón era una práctica habitual en esos veranos. Allí fue donde su abuelo les contó la historia de Lautaro y de la sumpall 1 . “Yo estaba convencida que la sumpall era de ahí, del río donde nosotros nos íbamos a bañar (….) era muy bonito, porque tenía a mi papá, a mi abuelo, mi abuela, una quinta muy grande, hermosa, yo creo que con las manzanas más ricas de la zona, jugábamos en los árboles y ahí tengo los recuerdos más lindos de la infancia”, dice con nostalgia y alegría. Pero en Santiago, la realidad era otra. Sus padres habían intentado resguardarla, a ella y a sus hermanos, de posibles episodios de discriminación, hecho que se materializó en el poco incentivo por aprender mapuzugun, en que no le promovieran vestirse con su atuendo tradicional y que solamente participaran como familia en reducidas prácticas culturales. No obstante, la instruyeron en algunos principios de la cultura: “Mi mamá tenía harto conocimiento y ella 1 Según la mitología mapuche, es un espíritu que cuida el agua que tiene una figura de sirena. (Grebe, 1994)

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