Cosmografía y otros escritos de divulgación científica

Cap, III. Idea del globo terráqueo vaso de agua colgado de un hilo, que lo mantenga derecho. Si se hace dar vueltas a este vaso alrededor de la vertical que pasa por su centro, el agua se aparta de la vertical, que es el eje de la rotación, y se acumula hacia la circunferencia, dejando una cavidad en el centro. Hay una fuerza que la hace, por decirlo así, huir del eje, y que se llama por eso centrífuga: la cavidad central es mayor y mayor, cuanto más se aumenta la velocidad de la rotación, y con ella la fuerza centrífuga; y tan grande puede llegar a ser ésta, que el agua se escape por líneas tangentes a la circunferen- cia y se esparza alrededor del vaso. Ahora bien, si la tierra se moviese alrededor de un eje situado en·1a dirección norte-sur se engendraría en el océa- no, y en todos los cuerpos sueltos, derramados sobre su su- perficie, una fuerza centrífuga que los solicitaría continua- mente a alejarse del eje. La velocidad del movimiento rota- torio podría ser tal que todos ellos y el océano, se disparasen por la tangente, lanzados en el sentido de la rotación. Pero en un giro menos veloz, su peso los detendría sobre la su- perficie; y la fuerza centrífuga quedaría satisfecha depri- miendo un poco los polos, como deprime el nivel del agua en medio del vaso. Calculado por fos matemáticos el efecto de la gravedad, y el de la fuerza centrífuga de un cuerpo como la tierra, que en 24 horas siderales diese una vuelta completa alrededor de su eje, se ha encontrado que la forma del equilibrio en ese cuerpo sería la de un elipsoide, cuya excentricidad se acercaría muchísimo a la que mensuras diversas ejecutadas con escrupulosa precisión han descu- bierto en el globo terráqueo. He aquí pues otra presunción poderosa a favor de la rotación de la tierra. Y nótese que, cuando se adoptó la teoría de Copérnico, no se contaba con esta elipticidad ·de nuestro planeta. Si los sabios prefirieron el sistema copernicano al antiguo de Ptolomeo, que colo- caba a la tierra inmóvil en el centro del mundo, fue sólo por la superior facilidad con que explicaba las apariencias celestes. Mas una vez admitida la idea de la rotación terres-

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