Cosmografía y otros escritos de divulgación científica
Naturaleza Americana toncitos con pequeñas cruces de palo, que señalaban los parajes en que había perecido gente de la mina, sobrecogida por las tempestades. Por fin, llegamos a la cima, cerca de la veta de plata de San Pedro N olasco, situada en uno de los más empinados picos de los Andes. Ofreciósenos a la vista una pequeña y desamparada choza, de donde nos salieron al encuentro dos o tres mineros, cuyo triste y macilento semblante estaba en perfecta armonía con la escena que nos rodeaba. La perspectiva desde aquella eminencia era grandiosa ... era sublime; pero tan terrífica al mismo tiempo, que no pudimos contemplarla sin estremecernos. Aunque estábamos en la mitad del estío, la nieve que pisábamos tenía, según nos dijo el mayordomo de la mina, de 20 a 120 pies de profundidad; y amontonada por el viento en pilas de formas sumamente extrañas, dejaba a trechos descubierta la roca, que era de color oscuro. Abajo alcanzábamos a ver el río y valle de Maipo, engrosado por una multitud de arroyos tributarios, que bajaban como hebras de plata por las quebradas. Mirábamos a vista de pájaro la gran cordillera erizada de picos de varias e inde- finibles figuras, todos encapotados de nieves eternas; y por ninguna parte descubríamos vestigios de verdura: la pers- pectiva que se nos presentaba era una escena de universal desolación, cuya magnificencia misma daba grima; mien- tras reflexionando que aun esta vasta masa de nieve, tan desapacible a la vista, había sido destinada al servicio y bienestar y aun regalo del hombre, pues ella, como un ina- gotable depósito, abastecía de agua los valles, reconocíamos que en realidad no hay en la creación parte alguna que pueda llamarse estéril, aunque haya muchas que la natura- leza no ha destinado para habitación de la especie humana. Una espesa nube de humo salía de uno de los picos, que era el gran volcán de San Francisco; y la veta de plata en que estábamos, parecía dirigirse hacia el centro del cráter. Como era entonces estío, no pude dejar de reflexionar cuán horrible debía de ser aquel sitio en el invierno, y pro- 464
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