Cosmografía y otros escritos de divulgación científica
Naturaleza Americana hombre estampada en el suelo le parece una señal de de- generación. Los que le ven a la puerta de su pobre choza con los brazos cruzados, terciado el poncho a guisa de capa espa- ñola, y la choza hecha una criba, cuando bastarían dos o tres horas de trabajo para hacérsela cómoda y abrigada; los que observan que en un clima tan bello carece de frutas y hortalizas, que rodeado de ganado no tiene leche que be- ber, que no come pan ni conoce más alimento que carne y agua; comparando su vida con la del campesino de In- glaterra, le acusan de indolencia; pero la comparación es inaplicab:e, y la acusación injusta. Cualquiera que viva con el gaucho y le acompañe en sus correrías, lejos de juz- garle indolente, se admirará de que tenga aguante para resistir una vida tan laboriosa. Si carece de regalos, tampoco siente necesidades: acostumbrado a dormir al raso y sin más cama que la t ierra, no le pasa por la imaginación que una pared horadada sea un mal. El carácter del gaucho es a veces muy estimable. Su choza está siempre abierta al caminante. Recibe a sus hués- pedes con un agrado y una dignidad natural, que nadie es- peraría del habitante de tan humi:de albergue. Siempre que entraba yo en una de el las, se levantaba el gaucho de su asiento para ofrecérmelo; yo me excusaba, él insistía, y después de recíprocos cumplidos y cortesías, me veía yo precisado a aceptar la oferta, que era una calavera de ca- ballo. Es curioso ver a los gauchos quitarse invariablemente el sombrero uno a otro, para entrar en una cabaña casi destechada, sin ventana, y con una puerta de cuero. La vida del gaucho es a caballo. Cuando se trata de bau- tizar a un niño, se le Eeva de este modo a la iglesia. El novio sienta la novia a las ancas, para ir a recibir la bendición nupcial; y en los entierros todos van a caballo, incluso el difunto. 460
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