Cosmografía y otros escritos de divulgación científica

Naturaleza · Americana y allá una palma solitaria balanza en el aire su pardo fuste, y frondoso capitel de verdura. La cebra ha fijado aquí su domicilio; ignorando el freno del jinete y la prisión del establo viaja en numerosas tropas, y afeita a su arbitrio la yerba salada de esta o de aquella colina. El avestruz confía sus huevos al sol; y corriendo con las alas abiertas, desaparece a la vista del cazador, que le persi- gue a caballo. Entre los corpulentos juncos de un marjal, se revuelca el rinoceronte en el fango, hendiendo a corna- das los arbustos de que se alimenta, henchiendo de sus clamo- res el desierto. Jaspeadas serpientes arrastran su vasto volu- men, imprimiendo dilatados surcos en el Iodo; sus ojos en- cendidos, la baba venenosa que escupen, su infecto aliento, las hacen objetos de horror a toda naturaleza animada. Es- condidas bajo la yerba al pie de la acacia, acechan su presa, y cuando la tímida gacela viene a templar la sed en el arroyo vecino, se lanza el reptil de repente, la envuelve de ·SUS ro- bustas roscas, le quebranta los huesos, y abriendo sus pavoro- sas fauces la engulle poco a poco, y la sepulta casi entera en su vientre. El león tendido el cuello, la melena erizada, se azota los flancos con la cola, estremece los peñascos con su ronco rugido, y atemoriza a todos los habitantes de la selva. El rey de las fieras ataca alguna vez al cocodrilo; con las fauces abiertas, los ojos inflamados, la garra extendida, este reptil aguarda denodadamente a su terrible adversario, que midiendo la distancia, se arroja sobre él de un salto y a pesar de las duras escamas de que está guarnecido, le abre de una dentellada la piel. El fiero reptil da un grito espantoso, y espumajeando de rabia, se esfuerza a despedazar con sus uñas .il león, que, superior en agilidad, le fatiga. La tierra se en- sangrienta; el clamor de los combatientes se oye a distancia, y la victoria permanece largo tiempo indecisa; hasta que por fin el león postra a su porfiado enemigo, y desgarrándole las entrañas, se sacia de venganza y de sangre. ¿Pero qué voz desconocida es la que llama a las aves via- jeras a los climas templados de Europa? No bien termina el 398

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