Cosmografía y otros escritos de divulgación científica
~ -y· ~f.. /!:j i ~;¡.:.íl0 ~ ~ i \<o'-\_,~¡-;;J ;i'iO ~ ~ C\ilAUf\t.\. ., "''{ ºº ~ Sobre la Naturaleza, por Virey ~ ~ ✓ 1 ,ns1111 ,~ verso, y abrir el santuario de las· ciencias. Verdad es que la naturaleza no nos revela todos sus arcanos; pero no por eso es menos maravilloso el espectáculo de las cosas criadas. Su historia abraza el campo más vasto que es dado a la inteligencia humana recorrer. La astronomía nos informa de la situación, y de los mo- vimientos reales o aparentes de los astros, desde las estrellas fijas, esos grandes diamantes de la naturaleza, que cente- llean en lo más retirado de los golfos etéreos, desde esa vía láctea en que los soles están acumulados en legiones, cuyo número incalculable espanta al pensamiento, hasta nuestro sistema planetario. Aquí el sol, colgado, como una lámpara eterna, de la bóveda de los cielos, rodando sobre su propio eje, empañando alguna vez de manchas fugitivas el esplen- dor de su rostro, lanza sin interrupción los vivos y abrasa- dores torrentes de su luz a distancias inmensas. Como un soberbio gigante rodeado de sus hijos, avanza majestuosa- mente, llevando alrededor de sí el lucido cortejo de los planetas. De éstos los más distantes van acompañados de satélites, que giran alrededor de ellos casi en el mismo plan, y en el mismo sentido de occidente a oriente en que se mue- ven sus astros principales; y todos describen órbitas elipsoi- des alrededor del centro inflamado de este vórtice inmenso, presentando sucesivamente su superficie a los rayos en sus revoluciones diarias. Su año es tanto más largo cuanto más espaciosa su órbita; y la oblicuidad de sus ejes produce en cada uno la sucesión periódica de las estaciones que calienta y refrigera sucesivamente sus varias zonas; al paso que sus polos, apenas ligeramente heridos por los rayos oblicuos del sol, ofrecen un eterno asilo al invierno. Finalmente un gran número de cometas, cruzando el espacio, ya acelera- dos, ya lentos, y a veces en otro plan que el de la eclíptica, vienen a calentarse al sol. Entonces destrenzan su cabe- llera flamante estos mensajeros seculares, que amedrentan a las naciones, y turban el movimiento de las esferas a que se acercan; después, continuando su vasta parábola, vuel- 385
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