Cosmografía y otros escritos de divulgación científica
N•tur•lez• Americ4,u leyes inmutables que mantienen la armonía, y equilibrio de los mundos. Dios solo, desde lo alto de su trono de glo- ria, extiende sobre ellos una mano moderadora, y contem- pla la ejecución de sus decretos irrevocables. La palabra naturaleza se toma en diversos sentidos. Ya significa el poder general, que produce cuanto existe, y dirige los movimientos de los astros y de la tierra, en cuya acepción la naturaleza no es otra cosa que la voluntad divina; ya denota la colección de todas las sustancias ma- teriales, o el universo; ya el encandenamiento de las causas, el orden en que los seres nacen y se suceden; ya, en fin, la esencia de cada cosa en particular. Pero cualquier sentido que le demos, siempre es necesario referir todos los enteS al principio de donde emanan, a las leyes establecidas por la divina sabiduría para la existencia y conservación del uni- verso. El principio y todas las modificaciones que experi- menta nuestra existencia, son un resultado de estas leyes. La causa de las causas, la fuente del ser, obra perpetua- mente en los cielos, como sobre nuestro globo. Los innu- merables linajes de animales y plantas que habitan la tie- rra, todos beben la vida en este manantial celeste; un alma general circula en sus varias especies, y produciendo sin cesar nuevos gérmenes, repara los estragos de la muerte, y mantiene una juventud perpetua. La materia, impacien- te de reposo, se abandona a todas las afinidades que la fe- cundan: semejante al Proteo de la fábula, aparenta todas las formas, y hurta a nuestra vista su esencia bajo el velo de metamorfosis eternas; y en medio de este teatro siempre móvil, es donde nuestra especie ha sido colocada para sen- tir, conocer, y admirar, para alzar sus ojos al cielo, y ca- minar sin rival y sin dueño sobre la faz de la tierra. Así el hombre es el centro a que todo conspira, el es- pejo en que se refleja la imagen del mundo. El buey goza de la luz sin comprenderla, la hormiga acopia los materia- les de su ciudad republicana, y muere sin conocer la tierra que labra; al hombre sólo fue reservado contemplar el uni- 384
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