Cosmografía y otros escritos de divulgación científica

V,rsiones de Httmboldt cubierta la catarata, y con la multitud de iris que se forman, se desvanecen y renacen alternativamente: juguetes ligeros del aire, cuyas imágenes se columpian sobre la llanura. Tal es (dice Humboldt) el carácter de este paisaje, que ningún viajero ha descrito hasta ahora. Ni el tiempo, ni la vista de las cordilleras, ni mi residencia en los valles templa- dos de México han podido borrar en mí la viva impresión de las cataratas del Orinoco. Las escenas majestuosas de la na- turaleza, como las obras sublimes de la poesía y de las artes, dejan recuerdos que se renueyan a cada instante, y que en el resto de la vida se mezclan con todos los sentimientos de lo grande y lo bello. La calma de la atmósfera y el movimiento tumultuoso de las aguas producen un contraste propio de esta zona. Ningún soplo de viento agita el follaje, ninguna nube vela el esplendor de la bóveda azul del cielo: una gran masa de luz se derrama en el aire, sobre la tierra vestida de un lus- troso verdor y sobre la anchurosa superficie del río. Los mogotes de granito que se elevan acá y allá por la sabana, están adornados de plantas las más hermosas y odoríferas. En medio de las cataratas, sobre escollos de difícil acceso, vegeta la vainilla, y da vainas larguísimas de la más exqui- sita fragancia. Los habitantes de la misión de Maipures, que bajo el régimen de los jesuitas eran como 600, y bajo los padres de la observancia han quedado reducidos a la décima parte, son mansos, sobrios y sobre todo aseadísimos. La mayor par- te de los salvajes del Orinoco no muestran aquella desorde- nada afición a bebidas fuertes, que se ve en la América sep- tentrional: los viajeros han atribuido a todos los indios lo que sólo es propio de las costumbres de algunas tribus. Los indios de Maipures cultivan yuca y bananas, no maíz; y como casi todos los del Orinoco, usan bebidas nutritivas. Una de las más célebres es la que suministra una palma sil- vestre, que crece cerca de la misión y se llama seje. En un racimo de esta palma, calculó Humboldt 44,000 flores y 309

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