Cosmografía y otros escritos de divulgación científica

de añil o de azúcar, administrada por el misionero; cuyo producto, según la ley, sólo puede emplearse en la fábrica y gastos de iglesia. La plaza de San Fernando está en el centro de la aldea, y contiene además de la iglesia y la casa del misionero, un edificio humilde, condecorado con el pompo- so título de Casa del Rey, que es un verdadero caravanseray, destinado a alojar los pasajeros, y sumamente necesario en un país, donde hasta el nombre de posada es desconocido. EsMs casas de~ rey se encuentran en todas las colonias espa- ñolas, y parecen una institución de los Tambos peruanos, es- tablecidos según las leyes de Manco Cápac. Habíamos sido recomendados a los misioneros de los Chaymas por su síndico, que reside en Cumaná; recomen- dación que nos fue utilísima, porque los misioneros, sea efec- to de celo por la pureza de las ·costumbres de sus feligreses, o para ocultar su sistema monástico a la indiscreta curiosi- dad de los forasteros, son rígidos en la observancia de la antigua regla, que no permite a ningún blanco seglar pasar más de una noche en una misión. El misionero de San Fernando era un capuchino aragonés, de edad avanzada, pero sano y lleno de vivacidad. Su excesiva corpulencia, su humor festivo, y lo que gustaba de charlar acerca de batallas y sitios, no correspondían bien con la idea que tenemos en nuestros países septentrionales de las melancólicas medita- ciones y vida contemplativa de los misioneros. Nos acogió con bondad, y nos permitió colgar nuestras hamacas en una galería de su casa. Arrellanado en una silla poltrona, sin hacer cosa alguna lo más del día, se quejaba amargamente de la indolencia y desidia de sus compatriotas. Hízonos mil preguntas sobre el verdadero objeto de nuestros viajes, que le parecían aventurados, y cuando menos inútiles. Aquí, como en el Orinoco, nos vimos fatigados por aquella inquieta curiosidad, que los europeos conservan en los bosques de América, acerca de las guerras y tempestades políticas del mundo antiguo. Nuestro misionero sin embargo parecía contentísimo 289

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