Cosmografía y otros escritos de divulgación científica

Cap. XIII. De las estrellas 5 ¿Para qué existen tan magníficos cuerpos, tan estu- pendas masas de luz, en los abismos del espacio? No sin duda para alumbrar nuestra noche, pues una luna de la milésima parte del tamaño de la que tenemos, desempeñaría mejor ese oficio; ni para presentarnos un espectáculo dis- tante de que sólo alcanzamos a ver una pequeñísima parte, o para descarriar nuestra imaginación en vanas conjeturas. Útiles son ciertamente al hombre, en cuanto le sirven de señales; pero tampoco sirven para eso l~s que no alcanza- mos a divisar, que forman incomparablemente el mayor número. Poco fruto habrá sacado de la contemplación y estudio del cielo, el que se figure que el hombre es el único objeto de que cuida el Creador, y el que no vea en el vasto y prodigioso aparato de que estamos rodeados medios de existencia y conservación para otras muchas razas de vi- vientes. Las estrellas, como antes dijimos, son otros tantos soles; y cada una es acaso en su esfera el centro de un mundo peculiar de planetas, como el nuestro, o de otros cuerpos de que no podemos formar idea. 6 Entre las estrellas hay varias, que, no distinguiéndose de las otras en su apariencia, están sujetas a diminuciones y aumentos periódicos en su lustre, llegando en uno o dos casos a apagarse enteramente para encenderse de nuevo. Llámanse estrellas periódicas. Una de las más notables es la ómicron de la constelación Cetus, observada primero por Fabricio en 1596. Su período es de 334 días; dura en su mayor esplendor unos 15 días, pareciendo a veces como de segunda magnitud; y decrece después por tres meses, hasta que se hace del todo invisible, y en ese estado permanece 167

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