Cosmografía y otros escritos de divulgación científica
Cap. XI. De los cometas ·fa a tan enormes distancias pueda recogerse y concentrarse otra vez por la débil atracción de semejantes cuerpos, y esto explica la rápida diminución de las colas de aquellos que han sido observados muchas veces. La cola del cometa de 1843 se extendía en 18 de marzo de aquel año sobre un espacio de 60 millones de leguas, con- tadas desde el núcleo; y se calculaba que, si hubiese tenido igual longitud e'l 27 de febrero, cuando el cometa pasó por el perihelio, su extremidad habría alcanzado a mucha más dis- tancia que la de la órbita ten:estre. La tierra estaba el 23 de marzo en la misma región que había sido ocupada por el co- meta el 27 de febrero, de manera que si él hubiese pasado por el perihelio 24 días después, nuestro globo habría tenido forzosamente que atraves::r la cola en su mayor anchura. No ha podido identificarse este cometa con ninguno de los anteriormente observados 1 • 1 Arago en la memoria citada. Humboldt observa que es apenas posible atribuir las variaciones en el brillo de los cometas a las de su situación con respecto al sol. Pueden, dice, proceder umbién de su condensación progresiva y de las modificaciones que deben sobrevenir en la potencia refringente de les elementos de que se componen. Otro cometa de corto período ha sido descubierto por Faye en el observatorio de París, en 1843: su órbita <Sta comprendida entre las de Marte y Saturno, y es entre todas las de los cometas conocidos la que se desvía menos de la figura circular. Su período es de poco m:ís de siete años. Esta clase de cometas contrasta con otro grupo, cuyos períodos parecen abrazar milbres de años. Tal es el bello cometa de 1811 que, según Argelander, gasta 3,000 ~ños en su revolución, y el espantoso cometa de 1680, cuyo tiempo periódico pasa de 88 siglos, según Encke. Estos dos astros se alejan del sol hasta la distancia, aquél de 21, éste de 44 radios de la órbita de Urano, es decir, hasta 6,200 y 13 ,000 millones de miriámetros. Lo, teme-res que antes inspiraban los cometas han tomado una dirección más vaga. Sabemos que en el seno mismo de nuestro sistema planetario existen cometas que visitan, a cortos intervalos, las regiones en que la tierra ejecuta sus movimientos; conocc,nos las perturbaciones que sus órbitas experimentan por la influencia de Jú- piter y de Saturno, perturbacicnes notabilísimas que puJieran alguna vez trasformar un astro indiferente en un astro temible: el cometa de Biela atraviesa la órbita de la tierra; la resistencia del éter que llena los espacios celestes propende a estrechar todas las órbitas; y las diferencias individuales q'uc se observan en estos astros dan motivo de sospec.har que las hay en la cantidad de materia de que se componen sus núcleos. Tales son los fundamentes de nuestras aprensiones actuales; y por más que se quiera tranquilizarnos con el cálculo de las probabilidades, que habla sólo al entendimiento ilustrado por un estudio filosófico, semejante motivo de seguridad no puede producir aquella convicción prdunda que consiste en el asenso de todas las facultades del alma; es impotente sobre la imaginación-,. y el reproche que se hace a fos ciencias de excitar alarmas que ellas mismas no pueden después sosegar, no carece de fundamento. (Cosmos). (NoTA DE BELLO'. 157
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