Los constituyentes de 1925
Los Constituyentes de 1925 Esto trajo el desprestigio del regimen parlamentario y todo el mundo empezó a clamar contra la tiranía del Congreso, con el mismo fervor que antes lo hiciera contra la omnipotencia presidencial. Pero corregir, detener, impedir los desbordes, los abusos que puedan cometerse al amparo de un sistema, no de– be ni puede consistir en el abandono o la destrucción de tal sis– tema, sobre todo si éste lleva en su esencia cualidades aprecia– bles y si sus bases tienen raigambre social. El sistema parla– mentario bien concebido y practicado es, ciertamente, el más sólido baluarte de una democracia. Lo que la reforma constitucional del año 25 quiso detener fué, sin duda, el desborde parlamentario, la intromisión de los congresales en organismos extraños a sus funciones admi– nistrativas con ánimo de lucro personal y deseo de obtener pre– bendas y granjerías destinadas a sus comilitones y a la con– quista de adherentes para sus partidos políticos. Pero esto no justifica, en modo alguno, la subordinación a que hoy se encuentra sometido el Poder Legislativo, por un Ejecutivo todopoderoso, que en su afán de dominio lo mantie– ne subyugado, trata!ldo de suplir con vanas fórmulas de cor– tesia la falta de atribuciones efectivas que pongan de relieve sus opiniones y contribuyan a influir efectivamente en el ma– nejo de la cosa pública. Estas anomalías han traído como consecuencia natural la decadencia del valor social del Parlamento. Y una democracia que se estime y aspire a perfeccionarse no puede mirar sin in– quietud, sin verdadero sobresalto, el desprestigio de su más genuina representación. La otra facultad específica del Parlamento y en particu– lar de la Cámara de Diputados, la de fiscalizar los actos del Ejecutivo, ha sido también considerablemente menguada con nuestra actual Constituéión. Podría asegurarse que es una atri– bución meramente platónica, desde que su acción escapa a un verdadero control de los actos del Ejecutivo y no tiene mane– ra alguna de contenerlo o corregirlo sino con sugerencias, acuerdos o buenos consejos, que el Gobierno puede o no consi– derar. Es por esto que la Cámara, o mejor dicho la oposici&n, se ha visto obligada a recurrir, a menudo, a la acusación con– tra los Ministros, gestión extrema que sólo debería emplearse en casos muy graves y calificados. A mi juicio, urge modificar las disposiciones constitucio– nales en el sentido de vigorizar y dar fuerza y acción efectiva al Parlamento, de modo que sus atribuciones puedan ser ejerci– tadas en forma que sean atendidas. Considero que el sistema parlamentario, bien concebido y mejor practicado, es el com– plemento indispensable en un régimen democrático. Si hasta hoy ha sido desnaturalizado por el mal uso, no debemos termi– nar con él sino perfeccionarlo, adaptarlo 1a nuestras costum- ) 67 (
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy Mzc3MTg=