Los constituyentes de 1925
Seminanio de Derecho Público gala de creer poco y mucho menos de confiar en el derecho pu– ro. A todo esto, José Maza no desperdicil:\ba ocasión para in– teresarnos por ciertas preocupaciones suyas de introducir al– gunas reformas a la Constitución del Estado, la vieja Const~– tución del 33, que seguía viviendo, después de resistir los ru– dos golpes que fueron las modificaciones del 71, 73 y 74. Yo no recuerdo con precisión en qué mom~nto, José Maza, logró organizar un irabajo disciplinado, para estudiar con él, la se– rie de reformas constitucionales que creía necesarias. Bueno se– rá advertir que Maza había hecho serios estudios universita– rios en los ramos relacionados con la política y que, elegido di– putado hacía pocos meses, ya había tenido oportunidad de des– tacarse como conocedor de la cosa pública. El hecho es que un día, en la sala del Consejo del Banco, alrededor de su gran mesa, nos encontramos todos los aboga– dos y ayudantes ya nombrados, presdidos por José Maza, que nos había reunido allí para estudiar las reformas de la Cons– titución que, a su patriótico y honrado juicio, eran indispensa– bles para salvar el país. Se trajeron a la mesa todos los trata– distas y comentadores de la Constitución del 33, las reformas que se le habían introducido; se exhumaron de los archivos de las Cámaras los proyectos más polvorientos y más inverosími– les; se buscaron las memorias universitarias de licienciatura, los panegil'icos de Lastarria, los enjundiosos discursos de Bal– maceda en defensa del régimen parlamentario, que no tardó en desconocer cuandb llegó a Presidente. No poían faltar, por cier– to, nuestro padre Huneeus en diversas ediciones, ni Roldán, ni Estévez; puedo asegurar que estaban ahí cuantos tratadistas de derecho público y administrativo haya producido el país. Huelga decir que José Maza dirigía las investigaciones, con un montón de libros al frente y consignando por escrito las obser– vaciones y conclusiones a que se llegaba. -A ver, decía José, estamos en las facultades del Presi– dente de la República para decretar el estado de sitio. La dis– posición a-etual es del tenor siguiente: . . . . . . ¿ Qué cuenta so– bre el particular don Jorge Huneeus? -Hu11eeus sostiene, contestaba por allá, Lucho Aldunate, tal cosa. -¿ Y Roldán, seguía preguntando Maza, y Lastarria y Es– tévez? Y contestaban Arturo Fernández, siempre tan docto en to– do, o cualquier otro a quien la pregunta se había dirigido, por– que en aquella mesa de r eformadores, cada uno se había iden– tificado con el tratadista que le había tocado en suerte y, co– m;o cada tarde nos sentábamos en el mismo sitio, José Maza se dirigía con toda facilidad, no a nosotros mismos, sino a los autores reputados cuyas obras se consultaban. ) 298 ( •
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