Heroísmo sin alegría

38 ño de su voz, admiro el ruido porque com– prendo el viento, y la ola sonora, la tromba grandiosa y el horizonte ilimitado, me pa– recen naturales, convenientes, obligato– rios en él. tomismo que el balido en la oveja, el suspiro en la amada y el pedo en el cura . Soy agrandado y agrandioso. Y también aprendió mi corazón, ¿1o apren– dió?, lo aprendió, sin inteligencia, que la necesidad implica el órgano, y que cuando lo requiere lo inventa, y ya que Vicente confiesa que él tiene el órgano chico, yo, modestamente, confieso que yo tengo el órgano GRANDE. ¡Qué hacerle! ¿Deporte del arte, amigo? Bien. Deporte del arte. Pero un deporte que compromete la vida, que requiere, que impele la vidit, toda la vida, un deporte como el deporte de San Estéban sobre las parrillas enrojecidas, un deporte cosmoclínico, un deporte que aga– rra los nervios, la sangre, los huesos y loa arroja, por encima de los últimos de los últimos abismos, hácia lo pálido proble– mático, deporte de héroes que exige la 11- bertad, que exige el amor, que exige la dig– nidad de la soledad estática, que exige la ociosidad y la voluntad, la voluntad, de• porte de héroes, deporte de héroes en don•

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