El derecho a la ciudad y la vivienda : Propuestas y desafíos de la realidad actual: XIII Encuentro ULACAV; V Jornada internacional de vivienda social
la cuota durante ocho años, al final de los cuales se resuelve el contrato-, pero, con toda seguridad, esta normativa ha promovido la aparición de al menos tres dificultades concretas que tiene que afrontar las personas mayores en alquiler: el mayor coste del alquiler, derivado de la actualización de rentas, que en muchos casos puede comprometer la economía familiar; el preocupante caso de los ancianos que, sin alternativas ni solvencia, han visto perder su vivienda de alquiler en 2002, por haber escogido la no actualización; y los ancianos que siguen en régimen de alquiler indefinido con muy bajas actualizaciones, o sin ellas, por sus bajos ingresos. Estos últimos son -o muy previsiblemente serán- víctimas del llamado mobbing inmobiliario, que, con mayor o menor intensidad, pretende liberar la vivienda de este inquilino poco rentable -llamado bicho en el argot del sector. En una lectura estrictamente económica, si la precariedad económica es un hecho en muchos de los hogares donde viven los mayores de 64 años, hay que prever también importantes esfuerzos en muchos casos para poder afrontar el pago de la vivienda entre las personas mayores. Afortunadamente, la mayoría de mayores son propietarios de su vivienda y no tienen pagos pendientes (o casi), por lo que el porcentaje de personas mayores que vive en régimen de alquiler reúne el mayor número de ancianos con dificultades de pago, sobre todo si no han podido mantener un contrato de renta antigua. En este aspecto, el análisis del esfuerzo económico para acceder a una vivienda entre los mayores es rotundo: en la mayoría de casos, los ingresos del hogar no permiten afrontar los costes de un alquiler a precio de mercado, muy especialmente si el hogar está formado por una mujer mayor viuda. De todos estos problemas, la antigüedad del edificio y el régimen de alquiler son factores que señalan una mayor probabilidad de vivir en una vivienda deficiente, falta de instalaciones o equipamientos considerados básicos, y con un estado de conservación deficiente. Finalmente, aunque no tenga tanto eco ni sea un problema tan grave como los anteriores, el aislamiento generado por vivir en una vivienda aislada, verdaderamente aislada de la trama urbana de la ciudad tradicional, es, cada vez más, un nuevo obstáculo para poder llevar una vida satisfactoria para muchos ancianos. La nueva vejez que opta por vivir en viviendas unifamiliares aisladas, apartadas, lejos de sus hijos y demás familia, está sujeta a una movilidad en vehículo privado, pero, con el paso del tiempo, esos mayores verán limitadas sus facultades, hasta llegar a un punto en que la conducción no será viable. Entonces, si el anciano no dispone de alternativas o recursos económicos adicionales para cubrir los nuevos gastos de movilidad (entendemos que el transporte público no puede llegar a cubrir toda esa dispersión urbana), la vida social desaparece, la creciente necesidad de acceso a los servicios sanitarios y asistenciales (formales o informales) se complica y, probablemente, esa vivienda aislada acabe perdiendo gran parte de su atractivo. Por tanto, en un planteamiento más sensible hacia los fenómenos de soledad de la vejez, la vivienda para las personas mayores tendría que favorecer la vida social del anciano, desde la vertiente privada dentro de la vivienda hasta su relación con la ciudad. En consecuencia, la tipología, la ubicación, el programa y el proyecto de vivienda para los más mayores tendrían que reflejar esta dualidad entre privacidad y una vida social muy basada en el barrio y la vecindad. No obstante, una puntualización: no es cierto que cada vez más estos mayores escojan vivir en viviendas unifamiliares. Como hemos visto, el porcentaje de esta tipología no está creciendo entre los ancianos que cambian de casa, sino que lo que verdaderamente está variando es el tipo de hogar de los nuevos mayores que viven en estas viviendas. Tradicionalmente, la vivienda unifamiliar en Cataluña se ha vinculado a los hogares extensos y los ámbitos rurales, pero, cada vez más, estas unifamiliares responden a hogares formados como máximo por dos miembros, en nuevos crecimientos en baja densidad, urbanizaciones en zonas turísticas o segundas residencias, es decir, el futuro problema de aislamiento de los mayores que viven en viviendas unifamiliares no aparecerá por un incremento de esta tipología, sino por una modificación del tipo de hogar característico de esta tipología. PREVISIONES DE FUTURO Ciertamente, con el tiempo, variará la forma e intensidad con que se manifiesta el problema de la vivienda en las personas mayores. En principio, el análisis de los futuros ancianos y de la evolución del proceso de envejecimiento hace prever una ancianidad mucho más polarizada, en que coexistirán simultáneamente los problemas actuales con un creciente segmento de personas mayores que no tiene problemas económicos ni residenciales, y que, incluso goza de un nivel superior a la media. Igualmente, en términos porcentuales, la nueva vejez tiene unas condiciones residenciales ligeramente mejores; pero, por su gran peso demográfico, paradójicamente, esta mejora no reducirá
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