Tres reformadores: Lutero - Descartes - Rousseau

TRES REFORMADORES 211 seau, en un momento decisivo de su evolución moral, con una espiritualidad depravada; se di- ría que si un rasgo místico se encuentra siempre en el origen de las obras divinas, un rasgo de falso misticismo se encuentra también en el ori- gen de las grandes obras de desorden. Junto a Mme. de Warens Juan Jacobo desarrolló su re- ligiosidad naturalista, encantándose a sí mismo, en sus paseos matinales en el huerto de las Char- mettes, con su sentimiento de la virtud, y con su vagas emociones y sus efusiones ante el autor de la 'amable naturaleza ( c). Allí aprendió esas singulares conclusiones de lo carnal y de lo divi- no en que se complació siempre, y esa preocupa- ción de poner de manifiesto por el pecado el gusto de la inocencia, que es en él como una burla de la frase de San Pablo: virtus in infirmi- tate perficitur. De Mme. de Warens aprendió a no temer el infierno, y a no creer en el pecado original, que contradice tan abiertamente suco- razón, el cual se siente naturalmente bueno ( d). Escuchémosle, su azúcar envenenada es instruc- tiva. Mme. de Warens, nos explica él, no creía en el infierno. Hay que ser malo para creer en él. "Los devotos, odiosos y biliosos, no ven si- no el infierno, porque quieren condenar a todo ( e ) Oon/. lbtd. (d) "BH hombre •• naturalmente bueno, como lo ONO >' como tenso la dicha de aentlrlo". Reponae • Bort!N, nota.

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