Tres reformadores: Lutero - Descartes - Rousseau

156 JACQUES MARl1'AIN del mal que las corroe, nos está vedado. Los santos no renuncian a una simple apariencia. ellos conocen la pérdida en que consienten, y es preciso que ella sea real, para que sea tam- bién real el céntuplo que les está prometido. Todo será r~stitu{do al fin de los fines, po hay alegría ni amor cuya perfecci6n saciadora no sea ofrecida al corazón en la belleza de Dios. Mientras tanto, debemos odiar nuestra propia alma y abrazar la dulce cruz. El deseo trastor- nado por un Rousseau lanza a la inteligencia en un mundo infinito de apercepciones, de gus- tos, de experiencias espirituales, de refinamien- tos y de éxtasis -tristes como la muerte, al fin de cuentas, pero reales en el momento- que no se descubren a nosotros sino en el pecado. Más pérfida que el vulgar atractivo del place, sensible, hay una espiritualidad del pecado. Lo que mantiene a los descendientes de Rousseau es el " gusto espiritual"' del fruto del Conoci- miento de) mal. Un profundo atractivo los lleva hoy hacia las regiones bajas, que ellos consideran más fe- cundas que las cumbres, no comprendiendo que en las cosas del espíritu solamente la virginidad es fecunda . Y e1' verdad que en esas regiones bajas, en el "mundo subterráneo" en que cho- can las grandes fuerzas discordantes de lo irra- cional y del instinto, hay un ser, realidad y vi- da ; es verdad que esta vida se ve duramente burh,rlA por el orden de la razón , y debe serlo .

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