Bicentenario de Hispanoamérica: Miranda escritor

46 escalada en el pleno verano griego se hace todavía mucho más agotadora. Escribe el viajero: ―Por la tarde emprendí a montar sobre el castillo, cuya subida es larga y penosa. Mas cuando se llega arriba, se queda contento por las hermosísimas y extensas vistas que de todas partes se presentan. El Helicón y el Parnaso, con sus dos cuernos, se ven clarísimamente y más con un buen anteojo como el que yo tenía. A un tiempo se ven la mar de Lepanto y la del Archipiélago, islas de Salamina, montes de Atenas, etc.; y es una de las más bellas y extensas perspectivas que yo haya visto jamás‖ 59 . La sensibilidad del viajero ante la belleza de los restos clásicos va a la par con la que siente ante la naturaleza. Y así, en las últimas líneas de la descripción que reproducimos a continuación, Miranda está destacando una de las más interesantes y hermosas características del arte arquitectónico griego: la ubicación de sus monumentos en incomparables entornos naturales. Miranda consigue la autorización del bey turco del lugar, quien queda asombrado de ver que ese raro viajero, proveniente de un remoto lugar de nombre para él desconocido, pretende caminar varias horas bajo un sol inclemente para ver tres columnas viejas. Y así, a comienzos del caluroso junio, el peregrino marcha cuatro horas en busca de las ruinas. Asciende varias montezuelos y – relata -: ―Habiendo marchado como una legua más adelante, descendí a una bella llanura, en medio de la cual se descubren las tres columnas mencionadas, de orden dórico, de una bellísima proporción, y asimismo las ruinas de las demás y grandes cantos de mármol que, reposando unos sobre otros, formaban las murallas interiores – o cella – de dicho templo, cuya forma es cuadrilonga; y desde luego representaría el objeto más majestuoso que pueda imaginarse en medio de aquel valle solitario y colinas que le circundan‖ 60 . 59 Colombeia , vol. IV, p. 374. 60 Ibídem, p. 374-375.

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