Bicentenario de Hispanoamérica: Miranda escritor
17 renovarán los dulces vínculos de la naturaleza y del amor, interrumpidos por las urgentes necesidades de la Patria; ella os llama, ciudadanos, y su voz, más imperiosa que las conscripciones y alistamientos forzados que dicta la ley, resuena en vuestros corazones; escuchadla y obedecedla; tomad las armas, abandonad por algún tiempo vuestros intereses particulares; corred al asilo de la libertad armada y no volváis a vuestros hogares hasta dejarla firmemente establecida". Y vino, entonces, el golpe final. Escribe Palacio Fajardo: "La sabia conducta de Miranda comenzaba a restablecer el orden en Caracas y la disciplina en el ejército, cuando los españoles prisioneros en la ciudadela de Puerto Cabello se apoderaron de ella" 20 . Este "castillo", la fortaleza de Puerto Cabello era el arsenal de la República: pólvora, armas, municiones, cayeron en poder realista el 30 de junio, cuando los prisioneros españoles concentrados allí, con ayuda de traidores, se hicieron dueños de la fortaleza y comenzaron a disparar sobre la ciudad, sorprendiendo a Simón Bolívar, quien comandaba la plaza, nombrado por Miranda. El no haber distribuido a tiempo por distintos lugares a los prisioneros realistas había sido fatal. El futuro Libertador combatió denodadamente desde la ciudad, abajo, hasta el 6 de julio, cuando sólo le quedaban 40 hombres. Era el golpe de gracia para la República y Bolívar y Miranda coincidieron en estimarlo así. Precisamente, en la noche del 5 de julio, cuando se recordaba en el Cuartel General en la ciudad de La Victoria el primer aniversario de la proclamación de la independencia, llegó la noticia de la toma del castillo de Puerto Cabello. La frase de Miranda, transmitida por testigos, es elocuente. "Venezuela ha sido herida en el corazón". Días después, el generalísimo leerá las cartas del coronel Bolívar, que expresan su desesperación ante el desastre. El 12 de julio escribe: "Mi general, mi espíritu se halla de tal modo abatido que no me siento con ánimo de mandar un solo soldado; mi presunción me hacía creer que mi deseo de acertar y mi ardiente celo por la patria, suplirían en mí los talentos de que carezco para mandar. Así ruego a usted, o que me destine a obedecer al más ínfimo oficial, o bien me dé algunos días para tranquilizarme, recobrar la serenidad que he perdido al perder a Puerto 20 Cit. por A. Mijares, op. cit., 217.
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