Bicentenario de Hispanoamérica: Miranda escritor

130 Miranda y Bello: la guerra, la paz y la pluma. Mucho se ha hablado acerca del Bicentenario de la Independencia de varios países del continente americano y de las obras que deberían emprenderse para celebrarlo. Pero poco o nada se habla de que el año 2010 marca el bicentenario de la Independencia de Hispanoamérica. Y ahora, en el 2006, se acaban de cumplir los 200 años de la expedición libertadora de Francisco de Miranda y del izamiento en Coro, Venezuela, de la bandera que él diseñó para el continente hispanoamericano libre y unido. Trató así el Precursor, héroe y mártir de la libertad americana, de dar realidad al proyecto que venía perfeccionando y difundiendo desde 1783. Como escribe el profesor Christian Gymers, entre los varios Precursores, Miranda ―es el primero en estructurar un proyecto político de largo alcance, coherente‖ para la gran nación que abarcaría desde el Missisipi hasta el Cabo de Hornos. Grande es la deuda de América con el hijo de Caracas. A ella se agrega la deuda especial que tenemos los chilenos con el mentor de O‘Higgins. Mencionemos sólo una de las expresiones del Padre de la Patria respecto de Miranda. En carta a Juan Mackenna, el 5 de enero de 1811, le cuenta que en un momento temió ser apresado, lo que le habría impedido ―hacer un solo esfuerzo por la libertad de mi patria, objeto esencial de mi pensamiento y que forma el primer anhelo de mi alma, desde que en el año de 1799 me lo inspiró el general Miranda‖. Y enseguida promete relatar cómo obtuvo la amistad de ―aquel infatigable apóstol de la independencia de la América española‖. Los grandes historiadores chilenos, con una sola lamentable excepción, han reconocido y admirado el inmenso aporte de Miranda a la emancipación americana. Podríamos traer aquí expresiones de Vicuña Mackenna, Barros Arana, Jaime Eyzaguirre, Eugenio Orrego Vicuña, Gonzalo Bulnes. Recordemos lo que Orrego Vicuña dice de la expedición del ―Leandro‖, de 1806, destacando su significación moral e histórica: ―Pero los tiempos no estaban maduros como sus anhelos le hicieron consentir, y los recursos eran muy insuficientes. Derrotado, se reembarcó, retornando al centro de su acción sin abatirse. ¿No es admirable esa fe en

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