Ser-humano (cartografía antropológica)

— 56 — de las ideas, como algo completamente separado de este mundo, y en las que radicaría la verdad y el ser de todo. (Acotemos al respecto, que la identificación de Parménides y Platón con la des - mundanación, por muy convincente que en principio se presente y por parte de un pensador de la talla de Karl Löwith, depende del modo como entendemos, de un lado, el ser parmenídeo, y, de otro lado, la trascendencia platónica del mundo de las ideas. En atención a esta última, ¿corresponde ella precisamente a algo separado y que estaría en otra región supranatural o no podría corresponder a una trascendencia instalada en las cosas mismas?). Respecto del tercer estadio, con el cristianismo, sobre todo en su versión au - gustiniana, la desmundanación se radicaliza y el menosprecio de este mundo se agudiza, sucediendo que, posteriormente, el cristianismo en su versión francis - cana no logra revertir del todo esta impronta, pese al reconocimiento de este mundo por parte de San Francisco ante todo como obra del señor. Si bien, Santo Tomás, como Padre de la Iglesia, presenta una visión del mundo-cosmos que está bajo la influencia franciscana, según Löwith, la desmundanación alojada en la doctrina cristiana, persiste contumazmente. Estas tres primeras estaciones de la desmundanación se desenvuelven to - davía a nivel teórico y, en rigor, se trata aquí de una visión de mundo , mas con la cuarta estación de la tecnociencia se emprende una “desmundana - ción práctica” que se ha de traducir en una máxima explotación del entor - no. Cabe agregar que si en la estación de la desmundanación del cristianismo inter - viene el homo viator , en la de la tecnociencia interviene el ser humano activo. Y lo interesante para ver la conexión entre una y otra es que el hombre activo se encuentra con un mundo ya de-sacralizado por el homo viator . El ser humano activo simplemente enfrenta una naturaleza cosificada, que habrá de explotar por lo mismo indiscriminadamente. En ello advertimos los alcances de la enseñanza del hombre arcaico con su ínti - mo vínculo con lo sacro. La pregunta para nosotros es entonces cómo recuperar ese vínculo. Mas lo cierto es que ante cualquier expectativa de este calibre nos volvemos de inmediato escépticos, y se trata de procurar no caer en la ingenui - dad. Sin embargo, haciendo frente a esta cuestión, se nos presenta una salida convincente en el pensamiento de Heidegger. Ella tiene que ver con el vuelco de nuestro pensar a un “pensar poético”, en lo que él tiene como paradigma la poesía de Hölderlin. En otras palabras, diríamos que creer simplemente en un cosmos sagrado y divino nos resulta hoy por hoy muy lejano y con casi nulas posibilidades de hacerse realidad, pero distinto es lo que se refiere a una vi - sión poética del mundo y la naturaleza. De inmediato podemos pensar que ello se hace plausible en la medida en que se puede conducir la educación en esa

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