Ser-humano (cartografía antropológica)

— 168 — ción de las historias que la gente cuenta a propósito de ellas? ¿Y si esas historias de vida no se hacen a su vez más inteligibles cuando se le aplican modelos narra - tivos –tramas– tomados de la historia propiamente dicha o de la ficción (drama o novela)?” (Sco, p. 107). Respecto de nuestras concepciones antropológicas, esto es de la mayor inci - dencia: la consideración de que nuestra identidad y, a la vez, la identidad del ser humano, no sólo es histórica, en términos diacrónicos y genealógicos, sino narrativa, y como tal, ligada nada menos que a la ficción. Desde luego ello justa - mente fragiliza nuestro estar humanamente constituidos y da lugar por ello a la concepción del ser humano frágil. Sigue Ricoeur: “Parecía, pues, plausible tener por válida la siguiente cadena de aserciones: la comprensión de sí es una interpretación; la interpretación de sí, a su vez, en - cuentra en la narración, entre otros signos y símbolos, una mediación privile - giada; esta última se vale tanto de la historia como de la ficción, haciendo de la historia una vida, una historia de ficción o, si se prefiere, una ficción histórica, entrecruzando el estilo historiográfico de las biografías con el estilo novelesco de las autobiografías imaginarias” (Sco, p. 107). Pues bien, lo que Ricoeur reconoce, al tomar en cuenta su obra anterior, Tiempo y narración , es que respecto de la narratividad y de la constitución identitaria, falta una debida consideración de la temporalidad, a saber, de cómo la narrati - vidad es temporal. Por de pronto, el idem que somos, la mismidad, no garantiza nada de esto; es más bien el ipse el que imprime su determinación temporal; respecto de este último, entra a tallar no sólo el otro , sino lo otro , la alteridad en su más amplio espectro. Esto nos lleva a recordar ensimismamiento y alte- ración de Ortega y Gasset 107 . Nuestra identidad, en términos orteguianos, se va formando a partir de ambos, es decir, justamente a través de la asimilación de lo otro que va alterando, transformando nuestro ensimismamiento. Volviendo a Ricoeur, independientemente de que, así como en Kant, la mismi - dad puede ser tanto cuantitativa como cualitativa (al fin y al cabo uno es el que es y se le reconoce como tal, como cierta permanencia en el tiempo) interesa aquí destacar como ella, el idem que somos, se mantiene sobre la base tanto del carácter como de la palabra dada (y esto último se relaciona con la promesa). El carácter lo entiende Ricoeur en el sentido de que “designa el conjunto de disposiciones duraderas en las que reconocemos a una persona” (Sco, p. 115). Con base en la ética aristotélica, en ello actúa la doble acepción de ethos , que alude tanto al carácter ( e thos ) como a la costumbre ( ethos ). Notable es en esto: cómo el carácter va dando lugar a una disposición adquirida ( héxis ), en lo que in - terviene el hábito (y así llegamos a la vez a la costumbre): “las virtudes son tales 107 Cfr. Ortega y Gasset, El hombre y la gente , Madrid: Revista de Occidente, 1959, p.80.

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