Ser-humano (cartografía antropológica)

— 146 — “Y te repito que mañana, a una señal mía, verás a un rebaño sumiso echar leña a la hoguera donde te haré morir, por haber venido a perturbarnos. ¿Quién más digno que Tú de la hoguera? Mañana te quemaré. Dixi. / El inquisidor calla. Espera unos instantes la respuesta del preso. Aquel silencio le turba. El preso le ha oído, sin dejar de mirarle a los ojos, con una mirada fija y dulce, decidido evidentemente a no contestar nada. El anciano hubiera querido oír de sus labios una palabra, aunque hubiera sido la más amarga, la más terrible. Y he aquí que el preso se le acerca en silencio y da un beso en sus labios exangües de nonagenario. ¡A eso se reduce su respuesta! El anciano se estremece, sus labios tiemblan; se dirige a la puerta, la abre y dice: “¡Vete y no vuelvas nunca..., nunca! Y le deja salir a las tinieblas de la ciudad”. El preso se aleja” 95 . La mirada de Dostoievsky es certera: ya nos hemos alejado demasiado del homo sacer y en particular del homo viator : no aceptaríamos una segunda venida de Jesús y aunque lo reconociéramos. El sombrío Gran Inquisidor habla por noso - tros, por mucho que nos disguste e incluso lo encontremos aborrecible. Digamos finalmente que a través del anuncio de que “¡Dios ha muerto!” si bien Nietzsche se propone desmantelar esa super-estructura del trasmundo (la “nada celeste”) ello no implica apartarse a la vez del poder configurador de realidad y mundo que le cabe a la ficción, la cultura, el imaginario , y agreguemos ahora, el símbolo. Éste es justamente el papel que cumple Dionisos en el pensamiento nietzscheano. Leemos en el último de los aforismos de la Voluntad de poder : “¿Y sabéis también qué es para mí «el mundo»? ¿He de mostrároslo en mi es - pejo? Este mundo: una enormidad de fuerza, sin comienzo, sin fin; una cantidad fija, férrea de fuerza, que no se hace mayor ni menor, que no se consume sino que sólo se transforma, invariablemente grande en cuanto totalidad; una econo - mía sin gastos ni pérdidas pero asimismo sin crecimiento, sin entradas; rodeado por la nada como por su límite; no es algo difuso que se desperdicie, ni que se extienda infinitamente, sino en cuanto fuerza determinada, colocado en un espacio determinado y no en un espacio que estuviese «vacío» en algún punto, antes bien, como fuerza, presente en todas partes, como juego de fuerzas y olas de fuerza, siendo al mismo tiempo uno y «muchos», acumulándose aquí y al mismo tiempo disminuyéndose allí, un mar de fuerzas borrascosas anegándose en sí mismas, transformándose eternamente, regresando eternamente, con inmensos años de retorno, con un flujo y reflujo de sus formas que arrastra en su impulso de las más simples a las más complejas, de lo más quieto, rígido, frío a lo más ardiente, indómito y autocontradictorio, y, luego, una vez más, retornando de la abundancia a lo simple, del juego de las contradicciones al placer de la consonancia, afirmándose a sí mismo aun en esta igualdad de sus derroteros y de sus años, bendiciéndose a sí mismo como aquello que ha de 95 F. Dostoievsky, El gran Inquisidor , Barcelona: Arola, 2008. http://www.literatura.us/ idiomas/fd_elgran.html

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