Ser-humano (cartografía antropológica)
— 115 — to universal podría decirse que el contrapunto respecto del ser humano como centro es más contundente, a tal punto que la propia idea de antropocentrismo parece diluirse. Sin embargo, esto no es así en absoluto: al contrario, podría de - cirse que el sujeto universal nos presenta a un hombre como punta del iceberg del despliegue de ese sujeto o razón universal. Digamos incluso que éste es el precio de pensar el cosmos y el universo por el lado del sujeto y no por el lado del objeto, como fue lo propio de la filosofía griega en cualquiera de sus formas y variaciones, sea que la leamos desde Aristóteles, Platón, Anaximandro, Heráclito o incluso Parménides. Es cierto que al reconocerse el hombre como resultado de un proceso, de evolución (“Si yo pienso, ello piensa por mí”) el sujeto se experi - menta aquí en su esencial pertenencia holística al universo, incluso podríamos decir, nada más que como “hijo del universo”. Más aún, se puede ver en esto un primer severo cuestionamiento que acarrea consigo la separación a que nos lleva el sujeto cartesiano, máxime al considerar los fenómenos desde una pers - pectiva mecanicista –los cuerpos como otras máquinas– y a su vez planteando la división tajante entre res cogitans y res extensa . Con razón que Fritjof Capra en El tao de la Física responsabiliza a Descartes de esta separación, la separación entre sujeto y objeto que a la larga repercute de manera nefasta en la relación del hombre con el entorno 76 . Por la contraparte, puede verse en el sujeto univer - sal ciertos rasgos de un retorno de la simpatía universal de los estoicos, aquella idea que expresa cómo los distintos reinos, mineral, vegetal, animal, humano e inclusive, divino, colaboran entre sí, pero es manifiesto que el hombre sigue siendo en este contexto la cúspide del sujeto universal, algo así como su hijo predilecto. 4 Hegel representa el apogeo del sujeto universal. Para Fichte la realidad se pre - senta como yo y no-yo, valiendo este último en tanto la tarea pendiente del yo, a saber de un mundo cuyo designio es ser cada vez más humanizado y moralizado, abarcando ello tanto a la naturaleza como la sociedad. Con Hegel, en cambio, va - mos más lejos todavía, ya que la realidad, la naturaleza, el cosmos son concebi - dos como manifestación del espíritu universal o espíritu del mundo ( Weltgeist ). Si a ese espíritu o razón universal los observamos como sujeto universal, esto im - plica una clara independencia del mencionado sujeto, de cuyo despliegue todo depende. En otras palabras, los sujetos de Fichte y de Hegel son distintos, o al menos, tienen distinto alcance. Ante todo cabe decir con Hegel que el espíritu que él concibe, a diferencia de la concepción tradicional de lo espiritual, corresponde a un espíritu que es uno con el mundo –con la naturaleza, el pueblo, la cultura, y en definitiva con la historia. Es lo que atañe al “universal concreto”. En este sentido, asistimos aquí a lo que 76 F. Capra, El tao de la Física , trad. de Juan José Alonso Rey, Madrid: Cárcamo 1984, p. 8 ss.
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