Ser-humano (cartografía antropológica)

— 106 — 2 El ser humano finito goza empero de una vida singular, puesto que, entre todas las concepciones antropológicas, estamos ante un nuevo tipo humano que es el que más tarda en su gestación, crecimiento y madurez. Por ello se explica que, como bien lo ve Foucault en Las palabras y las cosas , con Kant el sujeto reconoce por de pronto nada más que la finitud del conocimiento y de la razón (Pyc, p. 303 ss.). Una asunción más cabal de nuestra finitud tiene lugar mucho más tar - de; habrá que esperar hasta el existencialismo para ello. Eugen Fink también ha visto esto con meridiana claridad en Fenómenos fundamentales de la existencia humana . Pensando en “la nada” en un giro interesante y que a la vez, en cierto modo, la legitima, nos dice: “Pero de otro modo, completamente de otro modo, es lo que atañe al hori - zonte de la nada, que se abre con la comprensión humana de la muerte. No es una nada habitual, familiar, y conocida, que reconocemos como estructura del límite, y otros en lo ente; tampoco es acaso el horizonte de un futuro, que se conecte ‘continuamente’ con el horizonte actual. La muerte representada en la figura del ‘que ha partido’ equivale a una dimensión del vacío que no es espacial ni temporal, en general no es un campo del ‘hacerse presente’ y ‘aparecer’. Y sin embargo, nos inclinamos una y otra vez a tratar este vacío como un terre - no todavía no explorado, transportamos allá nuestros sueños supra-sensoriales. ‘Más allá de la muerte’ edificamos una imagen excelsa especular de la existencia terrena con la materia ligera de deseos y esperanzas. Por lo general no tenemos, en absoluto, claridad que tras el umbral de la muerte, el tiempo cesa y también la individuación, de que todas las imágenes son quimeras que operan ingenua - mente con las representaciones terrenales del ser” (Ffeh, p. 72-73). Es cierto que, como ya hemos dicho, y ello tiene que ver con la sincronía: una vez que ha nacido una concepción antropológica, queda ésta instalada en la historia y habrá de pervivir a lo largo del tiempo (y aun el homo sacer , aunque sea tan solamente al modo de penoso resabio, fragmento o resto). Mas, igual sucede que en el decurso diacrónico de las concepciones antropológicas, en particular las tres primeras suponen bruscos reveses, quiebres e interrupciones: así en lo que va del paso del homo sacer al animal racional, de este último al homo via - tor , y nuevamente de este último al ser humano como centro. En cambio, con el último recién mencionado –el ser humano como centro– se presenta un caso particular, porque de modo ininterrumpido se mantiene y sigue alimentando, en mayor o menor grado, a todas las concepciones antropológicas siguientes, inclusive hasta la actual del ser humano frágil. Esto habla a la vez claramente a favor de una sorprendente coherencia de lo que conocemos como modernidad. La larga sombra del ser humano como centro se proyecta pues hasta nuestros días, y es recién ahora que comienza a advertirse que éste entra en una fase de crisis definitiva (dando hoy incluso la impresión de un enfermo terminal). Es así

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