Para que nadie quede atrás: A la memoria de nuestras(os) compañeras(os) y maestras(os)
Para que nadie quede atrás 81 Diecisiete años después de escribir esta carta, a los 42 años, el 23 de agosto de 1994, Cornelio no tuvo más fuerzas para seguir luchando contra el cáncer y falleció rodeado de su esposa, sus dos hijas y el cariño inmenso de sus amigos y compañeros de labores. Curioso, triste e inexplicable. Los más jóvenes del curso fueron los primeros en abandonarnos y los mayores seguimos vivos, alimen- tándonos del recuerdo imborrable y del afecto que nos dejaron, que no desaparece y que nos da fuerzas para seguir adelante. Cornelio no solo estudió Periodismo. Paralelamente también siguió la carrera de Derecho, que abandonó después del golpe militar. No le interesó ser alumno de los ideólogos del nuevo régimen, porque decía que no tenían nada que enseñarle, menos ética y principios morales. Después de salir de la escuela, Cornelio trabajó en Agencia Orbe, El Mercurio, Ercilla, Estrategia y CIEPLAN, donde conoció a eco- nomistas que después llegarían a los gobiernos de la Concertación: Alejandro Foxley, Mario Marcel, Patricio Meller, Nicolás Flaño, Andrés Velasco, José Pablo Arellano y Manuel Marfán, entre otros. El triunfo de Patricio Aylwin lo llevó al Ministerio de Hacienda, su último trabajo, donde su aporte en las comunicaciones institucio- nales y su relación con los medios de prensa fue tan profesional, que hoy en la oficina de comunicaciones de esa secretaría de Esta- do existe una placa que recuerda su paso por esa institución. En la tierra que lo vio nacer, la Escuela Municipal Básica de Tala- gante lleva su nombre y su himno, creado por la profesora Paola Boza, lo recuerda: “Era un hombre / oriundo de Talagante / virtuo- so, culto, humanista / que luchó por los iguales. (...) / Don Cornelio González / se llamará una escuela / que cuando entres te encan- tará. / Era Cornelio González / humilde y muy afable / ejemplo de periodista / que todos si bien lo saben. / Gracias a ti, gracias por tus consejos. Gracias a ti, gracias por tus enseñanzas ”. En el número 39 de la Colección Estudios de CIEPLAN, algunos economistas de la entidad lo recordaron. Nicolás Flaño escribió que “en unmundo donde lo único que parece importar es el éxito material o el lucimiento personal, donde el materialismo nos acecha y el éxito personal nos encandila, Cornelio era aquel que entre nosotros nunca exigía nada y lo daba todo”. Mario Marcel agregó que Cornelio “…en sus últimos meses llegó a comprender que la muerte no es algo malo, a lo que se debe temer y silenciar, sino un desenlace que podemos en- frentar con valentía y dignidad. (…) Los últimos meses muestran a un Cornelio voluntarioso, afectuoso, humano”. Manuel Marfán, cuando lo despidió dijo que Cornelio tenía algo especial “…que invitaba a la bondad, a la superación personal, y a la construcción de afectos”. Así era nuestro compañero y lo que pensaba lo expresó con estas palabras en la carta que me dejó: “La tarea de los que sufren es su- perar el dolor paralizante, ahondar en las raíces de la angustia para emerger después, purificados, a la vida que sigue inexorable. No es preciso olvidar: no se podría. Pero un gran restaurador, el tiempo, siempre permite el dulce rescate del recuerdo”. Cornelio González, como estudiante, fue perseverante, generoso para compartir sus conocimientos y solidario con sus compañeros; como profesional, fue exigente, riguroso, integérrimo y responsa- ble y, como persona, afable, accesible y cariñoso. Fue siempre igual, desde que llegó una mañana de marzo de 1970 a Los Aromos, don- de tenía su sede la Escuela de Periodismo, sencillo, cordial, algo tímido, hasta cuando cruzó las puertas de Teatinos 120, para con- vertirse en el hombre de las comunicaciones del ministro de Ha- cienda. Los años no le borraron el rostro de niño bueno… porque su alma era bondadosa. Vista parcial de la Escuela Cornelio González de Talagante.
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