Para que nadie quede atrás: A la memoria de nuestras(os) compañeras(os) y maestras(os)

68 del Mapu Garretón, lugar que fue varias veces allanado por los militares, igual que los departamentos y casas de los alrededores. A nuestro departamento, en un tercer piso, sin ascensor, los mili- tares entraron por la ventana, descolgándose con cordeles desde el techo del edificio, por la única ventana al oriente, desde donde unas pocas horas antes, yo había visto el rugiente y amenazador paso de los aviones que bombardearon la Moneda y las columnas de humo, como consecuencia del voraz incendio que provocaron las explosiones lanzadas por aviones de la Fuerza Aérea, como si hubiésemos estado en una guerra feroz. Nuestro amigo y compañero René Toro también vivía en el vecin- dario, en una antigua construcción ubicada en calle Echaurren muy cerca de la Alameda. Famosas eran los malones y encuen- tros políticos que se realizaban en esa casona, que después del golpe de estado se extendían por toda la noche hasta el término del toque de queda, a las 7 de la mañana. Las llamábamos “Las macumbas de René Toro”. Allí se conversaba de política contin- gente, se bailaba, bebía alcohol, se fumaba uno que otro salivoso y comunitario pucho de marihuana. También se pololeaba y sur- gían ef ímeros romances. Concluido el toque de queda, con la Mao, una de las pocas alumnas de la Escuela de Periodismo que tenía auto, un aje- treado Fiat 600 blanco, transportábamos juntas a los compa- ñeros que no eran capaces de llegar a sus casas por si mismos..., obvio, que después de una muy regada noche de macumba, eran muchos los “heridos” y debíamos hacer varios viajes. René Toro facilitaba su casa, pero se negaba a dar desayuno y a prestar camas. Ella era así, de una generosidad sin límites, todo lo compartía, si alguien en la escuela no tenía dinero ni para micro, de alguna parte lo obtenía y se lo daba, nunca prestó plata, siempre la dio sin devolución y así, también su afecto, su tiempo, sus libros, su ropa, regalaba todo lo que podía. Amiga querendona, sensible, leal y exigente. Y también muy se- vera, si hubiera vivido en Inglaterra, perfectamente podría haber trabajado como “Nany” en la casa real británica. Siempre pulcra e impecablemente vestida. Era enemiga de las burradas y se to- maba todo muy en serio, desde “copiar” en una prueba de tele- visión o de economía, hasta disputar un juego de pingpong en el acogedor y luminoso hall de nuestra escuela. Decía, que las cosas hay que hacerlas bien, si se copia en una prueba, se copia bien, no a medias. Y si hay que “soplarle” mate- rias a alguien, hay que hacerlo con responsabilidad. Todos disfrutábamos enormemente las “pruebas para la casa” que nos dictaba el profesor de sicología social, Patricio Saavedra. Celina Arosteguy en sus años de estudiante.

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