Para que nadie quede atrás: A la memoria de nuestras(os) compañeras(os) y maestras(os)
Para que nadie quede atrás 55 Así que aprendí a beber sólo agua envasada y a evitar consumir tacos mexicanos en cualquier changarro callejero, por mucho ape- tito que tuviese. Jorge se incorporó entonces al diario Excelsior y yo comencé a colabo- rar en la revista Mañana. Al año arribaron a Ciudad de México mi hija Daniela y su mami, Ana Luisa, maravilladas ante la imponente capital mexicana. Y Jorge reiteraba sus sabios consejos: “No deben be- ber agua de la llave, ni comer taquitos callejeros…” Así de afectivo fue siempre mi dilecto colega. Apacibles recuerdos, pe- rennes, afloran hoy en mi mente de este entrañable y perpetuo amigo de toda una vida… ¡mi apreciado cuate Jorge Uribe Navarrete!”, re- mata Francisco Leal. Y el segundo testimonio–y tal vez definitivo– es el deHugoMurialdo: “Mi relación con mi amigo Jorge la podría explicar en tres etapas de nuestras vidas: la primera se refiere, obviamente, a la que vivimos en la Escuela de Periodismo, donde, además de compañeros de cur- so (Generación Mario Planet) establecimos una gran amistad, tanto académica como “extracurricular”. Cabe mencionar, por otra parte, que con Jorge éramos camaradas de partido. La segunda etapa la podría contextualizar a partir del triunfo del doctor Salvador Allende en las elecciones de septiembre de 1970. Una vez que Allende asume la presidencia, Jorge es nombrado subdirector de laOIR (Oficina de Informaciones y Radiodifusión de la Presidencia de la República). Al año siguiente, yo entro a trabajar al Departamen- to de Comunicaciones de INDAP (Instituto Nacional de Desarrollo Agropecuario), motivo por el cual establecimos un nexo profesional como las circunstancias lo ameritaba. En 1972 soy designado secre- tario de prensa del Ministro de Economía, compañero Carlos Matus, por lo que la relación con la OIR y particularmente con Jorge, se ha- cían mucho más urgentes. Dentro del contexto de esta segunda etapa, es necesario incluir, por supuesto, el golpe de Estado. Menciono esta situación debido a que nos llevó a ambos a vernos en la necesidad de partir al exilio. El des- tino nos vuelve a juntar, pues coincidimos –sin acuerdo previo– en la Embajada de México. Creo que Jorge me precedió en el arribo a dicha legación diplomática y lo hizo acompañado de su compa- ñera Ximena González y las dos hijas de ella. A los pocos días de estar en la embajada, mi madre logra introducir una maleta con ropa. Recuerdo esta anécdota, porque este hecho me permitió ob- sequiarle una camisa a mi colega, amigo y camarada que me la re- cibió con un gran regocijo y un desproporcionado agradecimiento. Cuando Ximena y sus hijas partían al exilio, al dejar la embajada, recuerdo haber visto a Jorge que las despedía muy emocionado, incluso con un incontenible sollozo. La tercera etapa, la ubico en el escenario de retorno a nuestra patria. Yo regresé a principios de 1989 y Jorge ya estaba radicado en Chile. Nuevamente mantuvimos una fuerte relación de amistad. A fines de 1993, mientras yo me desempeñaba como jefe del Área de Estudios de la Oficina de Informaciones de la Cámara de Diputados, recibo una llamada de Jorge para invitarme a formar parte del cuerpo docente de la Escuela de Periodismo de la USACH, un hermoso proyecto que daba sus primeros pasos. Además de colegas docentes, fuimos compa- ñeros en el magíster de Filosof ía Política en la misma USACH”. ¿Qué podría agregar? Fue sobre todo un buen amigo, que nunca pidió nada a cambio. Y se fue calladamente, sin aspavientos, sin molestar a nadie. Se quitó la vida en enero de 2008. Sobreviven no sólo sus escritos y sus buenas obras, sino también (y tal vez sobre todo) los apodos que nos puso a cada uno de nosotros. Noche de fiesta (1986). Jorge Uribe, Juan Guillermo Me- llado y Basko Asún.
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