Para que nadie quede atrás: A la memoria de nuestras(os) compañeras(os) y maestras(os)

54 Cabrera y sus ayudantes con la frase «Ustedes nos están quitando el sagrado derecho a las vacaciones», respaldada con aplausos”. Pero, “como los chilenos solemos ser de pasiones largas y rencores cor- tos, fue Jorge Uribe precisamente quien años más tarde invitó al pro- fesor Alejandro Cabrera al cuerpo de docentes de la Universidad de Santiago para un curso de regularización de periodistas que se inició en 1993”. Hasta allá me llevó también a mí, porque me estimaba y reconocía la calidad de mi formación académica y profesional. Apenas se enteró demi precariedad económica, me ofreció trabajo, no como otros que me dieron teléfonos que no contestaban o se hacían negar por parientes o secretarias. Yo nunca le pedí nada, pero Jorge era así. Vuelvo al testimonio de Gustavo: “Con Jorge no solo compartimos la actividad académica en la Universidad de Santiago, sino también gran parte de la vida profesional desde 1987. Yo trabajaba en la Agencia Inter Press Servi- ce, que arrendaba un piso en la calle Phillips, donde Jorge a su vez subarrendaba una ofi- cina como corresponsal de Excelsior. Así, se- guimos juntos los acontecimientos del fin de la dictadura, la visita del Papa, las ruedas de prensa clandestinas del Frente Patriótico Manuel Rodríguez y el Plebiscito de octubre de 1988. Fuimos activos socios de la Agrupa- ción de Corresponsales y a la vez sumamos esfuerzos en esos años con Norma Berroeta, Víctor Pérez, Ana María Ortíz, Giacomo Marasso y tantos más en el reencuentro de la Gene- ración Mario Planet”. El diario Excelsior fue la gran plataforma profesional de Jorge Uribe. Tanto en México como más tarde en Chile brilló como un gran co- rresponsal de guerra, con misiones en Centroamérica y luego en el Medio Oriente. En la última Guerra del Golfo estuvo a punto de ser fusilado por un grupo irregular cuando abandonaba Irak e intentaba llegar a Jordania. Nuestro cuate Jorge Con respecto a su exilio, resultan iluminantes los recuerdos que me entregan dos compañeros que lo compartieron en México. El primero es el de Franciso Leal: “Durante nuestros años de estudios en la Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile, mantuve con Jorge Uribe Navarrete una enriquecedora amistad. Solíamos estudiar y parrandear juntos. En el Gobierno de Salvador Allende intercambiamos permanente in- formación: él como subdirector de la OIR en la Presidencia; y yo, como director de la revista juvenil Onda, que producíamos en Edi- torial Quimantú. Tras el golpe cívico-militar del 11 de sep- tiembre de 1973 perdimos contacto, aun- que luego me enteraría que él junto a Víc- tor Pérez Villanelo habían logrado salir de La Moneda, en medio del bombardeo y una nutrida balacera. A comienzos de 1974 nos reencontramos en Ciudad de México. Jorge se había converti- do en un gran conocedor de esta gigantesca urbe, y se sintió complacido al enseñarme cómo debía desenvolverme en esta formi- dable ciudad. Me reiteraba que la Avenida Insurgentes y la Avenida Reforma eran las arterias más transitadas. Amí me costó acostumbrarme, al comienzo, a tan intenso ajetreo, ex- trañando cada día ami familia que había quedado en Chile, particu- larmente a mi hija Daniela Andrea, entonces de siete meses de edad. Jorge me conformaba: “Ya vendrán, no te aflijas”. Fue precisamente mi cuate Jorge Uribe quien me advirtió de las precauciones que debía adoptar al consumir agua o al engullir los famosos taquitos. “Ten mucho cuidado —me decía—, pues el agua puede estar contaminada; y los taquitos te pueden causar infección estomacal”. Jorge Uribe Navarrete, profesor en la USACH.

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