Para que nadie quede atrás: A la memoria de nuestras(os) compañeras(os) y maestras(os)

52 A Oscar y a mí se nos ocurrió que debía ser el de Bolívar Yaguar- cocha . Jorge aceptó la idea ya que conformaba un acertado sim- bolismo: el nombre del Libertador unido a un vocablo quichua que significa lago de sangre . Pero en nuestra última reunión caímos en cuenta que el plazo de inscripción de postulantes al concurso había vencido un día an- tes. Este serio inconveniente lo salvó Oscar, quien como periodista funcionario de la Universidad Central era el encargado de recibir las inscripciones de los autores. Obtenido el premio, el Chico Silva manifestó sus intenciones de viajar a Paris, allí –dijo– estaba su nuevo destino ya que se sentía en condiciones de emular a intelectuales de la talla del argentino incidente Oscar y yo auxiliamos a la “Chica”, ayudándola a mudarse de casa con su pequeño Lobito. El matrimonio estaba irremedia- blemente roto. El Chico volvería irse una vez más de Ecuador. Estuvo en Panamá trabajando como periodista en la UPEB (Unión de Países Expor- tadores de Banano) y luego viajó a Alemania donde emparejó con una enfermera de esa nacionalidad. La azarosa vida que le dio a su nueva mujer motivó a su suegro alemán a pagarle un pasaje de vuelta a Latinoamérica. Al tiempo llegó el rumor a nuestros círcu- los de exiliados que él se hallaba en Perú y que había empezado a mendigar y a dormir en las calles de Lima. Yo regresé a Chile en 1988. Me conecté con Cecilia en uno de los viajes que ella hizo a Santiago ya con planes de regresar definitiva- mente con su nueva pareja, un periodista colombiano ex miembro del M-19. Al año siguiente, la “Chica” viajó desde Quito con la intención de radicarse en Chile, donde ya vivía Lobito bajo el cuidado de una de sus compañeras de partido. Venía con su segundo hijo, fruto de su nueva relación sentimental. Hizo escala en Tacna con la intención de dirigirse a Arica para visitar a su padre que acostumbraba a ve- ranear en esa limítrofe ciudad. Tomó un taxi colectivo y cuando cruzaron la frontera, el automóvil se estrelló muriendo en forma instantánea ella y el niño. También el Chico apareció tiempo después viviendo en Santiago. En los círculos de amigos se comentaba que su vida había tocado fondo, sin embargo continuó escribiendo. Un día llegó a presen- tarnos a nuestra casa en Nuñoa un delirante, aunque coherente novelón, sobre extraterrestres que vendrían atacar a nuestro país. Las numerosas y escabrosas historias sobre la vida del Chico en Santiago y sus escándalos se multiplicaron. Más de alguna vez “se tomó” la sede del Colegio de Periodistas, donde protagonizó albo- rotos de diversa índole. Después no supe más de él, hasta que me enteré de su muerte como indigente. Julio Cortázar y del colombiano Gabriel García Márquez. ¿Eran ya los primeros síntomas de su desconexión con la realidad? Se puso entonces en campaña y dirigió sus pasos hacia su suegro Izquierdo Edwards, quien le proporcionó el pasaje aéreo a Francia. Pasaron unos cuantos meses sin que nadie, ni siquiera su esposa ni nosotros supiéramos de él. Un día retornó, pero sus conflictos con Cecilia llevaron a que separaran casas. Un atardecer quiteño, cuando Cecilia regresaba del cine acompañada de su buen amigo, el periodista chileno Gustavo González, jefe de redacción de la re- vista Nueva, otra publicación ecuatoriana donde yo también había trabajado, Silva saltó de entre las sombras y se abalanzó lleno de celos sobre González con intenciones de agredirlo. A raíz de este Maruja Bañados y Cecilia Izquierdo en Ecuador.

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