Para que nadie quede atrás: A la memoria de nuestras(os) compañeras(os) y maestras(os)

48 Pablo Neruda y denostaba al MIR que, escéptico ante la vía elec- toral, había iniciado las “expropiaciones” de bancos. Toda la cúpu- la del MIR fue encausada por la justicia a solicitud del gobierno y debió ocultarse tras los arrestos de Sergio Pérez y Sergio Zorri- lla. El asalto al “Portofino” fue atribuido inicialmente al MIR, hasta que Ruiz Moscatelli reveló desde la clandestinidad la existencia del MR-2, que también pasó a ser descalificado como ultraizquierdista y provocador por Orlando Millas y otros dirigentes comunistas. Desde la cárcel, Jorge Silva admitió a través de la revista Punto Final en septiembre de 1970 la corrección de la política de la UP que llevó al triunfo en las presidenciales. En uno de sus primeros actos como mandatario, a fines de ese año, Allende indultó a los presos del MIR y el MR-2. En 1971 ambos gru- pos emprendieron una ef ímera reuni- ficación, hasta que Silva, Ruiz Mosca- telli y otros cuadros resolvieron ingresar al PS. El golpe de Estado sorprendió a Jor- ge Silva como co- laborador de Chile Nuevo, una revista de la Subsecretaría de Economía para los trabajadores del Área de Propiedad Social. También escribía columnas en Punto Final y alguna vez publicó un artículo en Chile Hoy, donde yo era editor de Economía. A comienzos de 1969 se había casado con Cecilia Izquierdo, es- tudiante de Sociología. Con su pequeño hijo, Emiliano –apodado Lobito–, salieron al exilio y tras algunos años en Austria optaron por viajar a Ecuador donde los acogimos. Compartimos casa algún tiempo. La convivencia fue cada vez más dif ícil por sus síntomas de inestabilidad psicológica y los arrestos de violencia que Jorge descargaba en Cecilia y Emiliano. Al mismo tiempo alcanzaba en 1976 su instante de gloria como triunfador en un concurso de en- sayos de la Universidad Central de Quito con su obra Nacionalis- mo y petróleo en el Ecuador actual . Maruja Bañados, periodista chilena exiliada también en aquellos años en Ecuador, da cuenta de esta parte de la historia del Chico Silva en el siguiente texto de este libro. Demencia progresiva y muerte Los años finales de la dictadura encontraron a Jorge Silva deambu- lando internacionalmente por Panamá y Alemania. Un buen día, a comienzos de los 90, apareció por la oficina de Inter Press Servi- ce (IPS) en Santiago. Ya sea había producido la trágica muerte de Cecilia en la frontera de Tacna y Arica (ver siguiente texto de Ma- ruja Bañados). Él venía repatriado con un diagnóstico de enfermo mental. Comenzó a ser tratado por Luis Peebles, médico siquiatra torturado tras el golpe de 1973 en Colonia Dignidad que lo conocía desde 1971 en Concepción, cuando ambos militaban en el MIR. “Nuestro reencuentro en Chile fue fortuito. Me di cuenta que Jorge estaba muy perturbado y lo llevé al Sanatorio El Peral. Tenía una enfermedad siquiátrica no reversible. Los avances en el tratamien- to fueron muy precarios, entre otras razones porque las más de las veces no quería admitir que estaba enfermo”, me contó el médico en una conversación a fines del año 2013. Había señales ostensibles de su empeoramiento, que se tradu- cían en megalomanías sobre libros que había escrito, contactos con altas personalidades internacionales e incluso planes deli- rantes de asaltar bancos para solucionar su situación económica. Con ese fin llegó una vez a mi oficina en IPS para pedirme que le proporcionara una pistola y después se quejaba ante amigos comunes por mi negativa. Su enfermedad era una psicosis esquizofrénica. Estaba en la etapa defectual, última fase en que el mal comienza a juntarse con la de- mencia. Su enfermedad, que podía responder a factores genéticos, pudo haberse agravado por las torturas que sufrió en 1969 tras el El asalto al Portofino en la prensa

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