Para que nadie quede atrás: A la memoria de nuestras(os) compañeras(os) y maestras(os)

40 en el techo de una casa en Colón 8000, con las piernas colgando y el ministro Aníbal Palma al centro. Otra historia es que en noviembre de ese mismo año fuimos con Luz María, Pato, Tatiana y yo a Alga- rrobo y Tatiana tuvo en la noche los síntomas del parto de Andrea y no podíamos salir por el toque de queda. Fue una tortura, a las seis de la mañana finalmente rajamos a Santiago, perdimos una rueda en el camino y un auto que emergió de los campos aledaños se llevó a Tati al hospital. En una tercera oportunidad Patricio entrevistó en el sauna a Pedro Carcuro, fue genial. Hizo en general muy buenas entrevistas, innovadoras sobre todo”. María Eugenia Borel relaciona a PatoMuñoz con las empanadas de queso de El Rápido, en calle Bandera: “En el diario teníamos poco tiempo para almorzar, éramos habitúes de las empanadas. La costumbre allí es que apenas se ingresa, los mozos desde el mesón preguntan ¿Tres de queso? Y con sólo afirmar con la cabeza… ya están servidas. Siempre compartíamos los gastos. Un día Patricio me pregunta...¿y cuánto salió la cuenta?. «No tengo idea, ¿no pagaste tú...?». Muertos de vergüenza, nos dimos cuenta de que habíamos hecho perro muerto sin querer... Durante mucho tiempo dejamos de ir a comer empanaditas fritas al Rápido, ni si- quiera pasábamos por la calle Bandera... “ . Otra anécdota, que también recuerda María Eugenia Borel, es de puro amor y ocurrió en la Sala de Ediciones Especiales, que fun- cionaba en el edificio de la Facultad de Música de la Universidad de Chile: “Pato y Luz María se habían separado hacía ya unos meses. Esta decisión conyugal lo remeció de tal manera, que cada cinco minutos declaraba lo mucho que amaba a la Luzma, que estaba arrepen- tido, que la había embarrado, que no podía vivir sin ella y sin sus hijas, en fin, las típicas reacciones tardías que afloran frente a una separación. Había adelgazado, casi no comía de puro amor y tam- poco trabajaba mucho por falta de concentración. Todos los días se instalaba frente al enorme ventanal abierto del noveno piso, a can- tar románticas canciones de Roberto Carlos. Se las sabía todas. Y era bien entonado. El jefe, Guillermo Trejo, le dijo un día: «¡Ya pues Patricio, córtala con estas cancioncitas, estamos aburridos de es- cucharlas durante meses....!» A lo que Pato respondió: «¡Entonces me tiro ventana abajo!...» Todos nos quedamos mudos de espanto, estaba muy deprimido y podía pasar cualquier cosa, venía llegando de unas vacaciones en Brasil que de nada lo habían ayudado a subir su ánimo. Después de esta breve y contundente respuesta todos los periodistas, incluido el jefe Guillermo Trejo, le rogábamos a cada rato: «Ya pus Pato, cántate algo de Roberto Carlos»..”.. Un par de años después volvieron a juntarse Patricio y Luz María. Y nació Amparo, la tercera hija. Mi ahijada. Y todos volvieron a ser felices. Hoy, años después de que Pato falleciera y cuando la vida ha conti- nuado, al estar escribiendo estas líneas estoy seguro de que Patricio habría hecho lomismo, si hubiese sido yo el primero en partir. Eso sí, escribiría conmás humor y con envidiable buen ánimo, que eran sus más tenaces herramientas para enfrentar las cuestiones de la vida.

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