Para que nadie quede atrás: A la memoria de nuestras(os) compañeras(os) y maestras(os)
38 Una gran amiga del Pato, Mónica Iradi, compañera de curso en Periodismo, anota: “Pato tenía una profunda habilidad, era mágico para escribir guio- nes con envidiables toques de humor. En algún período de nuestras vidas profesionales en televisión estuvimos a cargo de producir un programa llamado Trepo y Trepa. Patricio era un verdadero artista para combinar actividades o noticias del quehacer diario con ingre- dientes humorísticos, hablábamos de lo humano y lo divino, toma- ba un papel y garabateaba palabras que surgían de la conversación y después, con ese papelito en las oficinas del Canal (que por lo de- más eran verdaderos sucuchos y no elegantes oficinas como las de hoy), comenzaba a escribir a toda velocidad en una vieja máquina manual, hasta crear un libreto con estilo coloquial y con el humor que se le desbordaba por los poros. No podía escribir de otra mane- ra, las cosas no le podían salir serias…, ¡ni siquiera cuando tenían que ser serias!. Era un agrado trabajar con Patricio, siempre estaba dispuesto a hacer del trabajo un placer y no un mero deber. Hicimos muchos programas hasta el último día que emitió sus transmisiones el Canal 9 de Televisión, el 11 de septiembre de 1973”. Mi compadre Demasiado temprano, en lo que fue la plenitud de nuestras vidas, el Pato falleció. Se lo llevó un cáncer contra el cual peleó de todas las maneras posibles, sobre todo la fórmula más eficaz y que él ma- nejaba a la perfección: la del buen humor y que nos permitió a mu- chos de sus amigos ahuyentar la pena y el dolor de ir viéndolo como se acercaba al final, aunque intentara disfrazarlo. Creo que así nos hizo un regalo. Hasta muy poco tiempo antes del desenlace, visitá- bamos su casa en Bilbao Oriente de Santiago y ahí hasta cuando no se pudo más, hubo buen ánimo. Jamás olvidaré esa circunstancia y ojalá otras personas (y yo también incluido) pudiésemos, si llegara un instante así parecido, actuar de la misma ejemplar manera. Es que nunca faltó la mesa bien servida, el ajetreo familiar y las risas, en un entretenido ambiente familiar dónde no faltaban los asados y, en verano, una piscina de buen tamaño en el reducido espacio del jardín. El Pato y yo fuimos compadres pues soy el padrino de su hija Amparo. Padrino “cacho” seré, pero compadres fuimos. Y así nos tratamos ahora con mi comadre Luz María, a la cual también habría que levantarle un monumento pues, como recuerda la periodista María Teresa Maluenda, siempre Luz María y Pato se amaron profundamente: Dice María Teresa: “Tengo dos recuerdos. Lo primero y lo principal en mi memoria es ese halo de amor apasionado y de gran complicidad que envolvía a Pato y a mi amiga Luz María, en cuya casa estuvimos juntos mu- chas veces. En esos años de pololeo todos éramos muy jóvenes pero yo sentía que ellos vivían ya un amor definitivo que dif ícilmente po- día romperse. El otro recuerdo es de luz y de sombra porque creo que fue la última vez que lo vi: Patricio estaba muy enfermo pero con el mismo ánimo y el buen humor de siempre para recibir a sus amigos. Lo fui a ver y le llevé un cajón de frambuesas. Recuerdo con especial cariño esa conversación de los dos, sentí que le había dado una pe- queña alegría con algo tan simple. Le encantaban las frambuesas…”. Antes de enfermar y porque los verdaderos amigos nos cuidába- mos mutuamente, nos veíamos a diario y nos encantaba vagar. Con el paso de los años desempeñamos labores periodísticas en varios medios. Alrededor de los ochenta trabajábamos en diversas publi- caciones de la empresa El Mercurio y muchas veces las horas de almuerzo nos encontraban en cualquier barrio alejado de la zona céntrica, donde buscábamos realidades de la gente que Pato pudié- ramos reflejar en nuestras crónicas. Sosteníamos diálogos infini- tos, caminábamos cuadras y cuadras, nos sentábamos en cualquier bar o restaurante a divagar un poco más… y nos pasaban muchas cosas que quizás no sean perfectamente dignas de contarse, pero… En cierta ocasión fuimos invitados a participar como jurados en el concurso de belleza que anualmente se llevaba a cabo en la Hos- tería y Centro de Eventos La Ponderosa, cerca de Colina. Una de las candidatas era la hija del dueño. Fuimos excelentemente aten- didos y, al momento de definir cuál de las competidoras se llevaría la corona, elegimos a la que nos pareció más bella, más hermosa, más simpática y más inteligente. A los breves instantes recibimos toda la ira del dueño de casa, porque no habíamos seleccionado a su hija. Obviamente, regresamos a Santiago esa misma noche, an-
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