Para que nadie quede atrás: A la memoria de nuestras(os) compañeras(os) y maestras(os)

Para que nadie quede atrás 37 de Recoleta cerca del Cementerio General y donde llegó en carácter de detenido por no portar documentos de conducir. La historia, que tenía celosamente guardada en los primeros días después de ocurrida, me la contó él mismo, una noche en que me invitó a la mesa que compartía con dos personas a las cuales yo no había visto nunca: “Te presento a mis carceleros” , me dijo. Apenas transcurridos unos minutos esos carabineros, que ves- tían de civil sólo para charlar libremente con el ex detenido, me contaron con lujo de detalles (en eso el Pato los contagió pues era chaqueta que le cruzaba apenas, desinhibido, siempre caminando rápido y a veces con una gruesa barba que más lo achicaba) se de- dicaba a saludar e iba presentándonos personas a las que abraza- ba al pasar. Siempre alguien tenía algo que conversar con él y se encargaba de presentar amistosamente a quien uno no volvería a ver nunca más, aunque quedásemos perfectamente presentados. Y, como andábamos siempre apurados porque Pato andaba de un trabajo en otro… Podría decirse que oficina principal de Patricio era cualquier es- quina…su gran oficina eran las cuatro tradicionales manzanas del centro de Santiago y ya atendía en el Rápido (como lo recuerda más adelante María Eugenia Borel), como en el Café Haití o recibía visi- tas ajenas al ajetreo periodístico en su propio escritorio del diario. Yo no sabía cómo lograba pasar todo el día conversando con tanta gente y, sin embargo, cumplía con su trabajo impecablemente. A propósito del párrafo anterior, Manuel Soto recuerda algo que muchos otros, cada uno a su manera, también recordarán: “Fue una noche, a principios de los 70. Yo colaboraba con el padre de Patricio, Rakatán, en un programa en la Radio Pacífico donde repetía su consabida frase «Hay ambiente», sobre la noche santia- guina. Terminado el espacio radial fuimos a tomar un trago al bar de calle Huérfanos frente al Bim Bam Bum. Al poco rato se nos unió Patricio hijo y después el entonces líder estudiantil Jaime Ravinet. Conversamos como se hacía en esos tiempos, sin censura y de va- riados temas de actualidad, en especial asuntos relacionados con el mundo artístico, donde Rakatán era una autoridad indiscutible y daba gusto escucharlo. Patricio también dominaba el tema y de- jaba muy en claro que, al igual que su progenitor, ya iba en camino y con bastante recorrido para convertirse en una destacada figura en ese campo como un clon de su padre y con un sentido del humor envidiable. Así, estuvimos arreglando el mundo, como era natural y siempre tan necesario hacerlo”. El material del reporteo diario del Pato era la gente común y co- rriente y sus experiencias y comentarios sencillos, que recibía con- versando con la calma y tranquilidad que irradiaba hasta en los peores momentos, que los tuvo. Y tuvo varios. tremendamente detallista y demoraba horas en narrar un simple hecho), que la tarde de la detención “el detenido se había quedado conversando” con los policías y, bueno, después fueron amigos y esa noche estaban recordando, nada más. Por mucho tiempo Patricio aseguró no necesitar licencia de con- ducir pues tenía amigos en la Comisaría y no le gustaba perder el tiempo haciendo trámites. Pasear con Patricio por las calles céntricas era siempre insopor- table, porque no se avanzaba ya que el Pato (bajo, gordo, con una En plena labor profesional, el “piloto” Patricio Muñoz

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