Para que nadie quede atrás: A la memoria de nuestras(os) compañeras(os) y maestras(os)

24 huesos, de tus sentimientos más profundos y de tu racionalismo más profundo, de tu valiente femineidad, de tu incipiente libera- ción, de tu desgarradora ruptura con el pasado, de tu salto al vacío, de tu apuesta por la historia, por un futuro distinto, por tus ganas, por tus necesidades... Rompiendo cadenas ancestrales, te lanzaste a mis brazos, me besaste apasionadamente y me declaraste tu amor, así, sin mediar provoca- ción, tomaste la iniciativa, no aguantaste más, rompiste todos los ta- bús, te saltaste todas las inhibiciones y trancas, mandaste a la mierda todas las enseñanzas, religiones, filosof ías, culturas, derrumbaste el muro centenario, hiciste que mil millones de abuelas y madres se re- volvieran en sus tumbas, muchas para escandalizarse y pocas para aplaudirte, reivindicaste a todas las feministas del mundo, las que au- llaban por las calles del mundo desarrollado ondeando sostenes y las calladas y sumisas del Tercer Mundo. Pasadita la mitad del siglo 20, pusiste la primera piedra del Tercer Milenio. Esto que relato hoy, contenien- do mis lágrimas, es la Alexan- dra que conocí, que viví, que disfruté durante casi medio si- glo de nuestras vidas, con ale- jamientos y cercanías, pero con un amor entrañable, mutuo, in- destructible y eterno. Esa es la Alexa maravillosa que dedicó su vida a las más gran- des causas e ideales, sin claudicar jamás, la militante aguerrida, constante y consecuente que durante los tres años del gobierno popular, trabajando en el Ministerio de la Vivienda hacía trabajos voluntarios el fin de semana e iba a cargar sacos, o a palear barro en las poblaciones… La solidaria con todos, la profesional acuciosa hasta la exaspe- ración, la trasnochadora que podía trabajar hasta la madrugada. Cuántas noches pasamos juntos en Estocolmo editando progra- mas radiales, cuando no había computadoras, cuando cortába- mos cinta magnética centímetro a centímetro para armar una entrevista, un reportaje… Ya, creo que ya es mucha mi lata, termino acá, con un párrafo de una carta entrañable que conservo y que me mandó hace ya muchos años… Son sus palabras, es su letra… La retrata tal y como era, o es, y me da vergüenza leerla, pero creo que es parte de esta novela, de esta semblanza, de este desentrañar a la Cuqui verdadera, valiente, sincera, transparente, eterna, entrañable, que conservaremos para siempre en nuestras almas y corazones… “Y aquí estoy, sola conmis gatos, para variar los gatos, me acuerdo del Cufifo y claro, de ti flaco, lindo el flaco, puchas que te quiero, y tenía que llamarte hoy, nos íbamos a juntar mañana, y no te llamé, me en- redé en mi misma, en los miedos, en huevadas absurdas, igual tengo ganas de verte, tal vez de abrazarte, de sentirte, las mismas ganas que me han acompañado toda mi vida, entre maridos y sicólogos, te he echado tanto de menos, desde que yo me metí por el Pasaje España y tu seguiste de largo por Estado, desde entonces que te ando buscando por todas partes, he andando porfiando contigo, ahora para mí es un poco como hace mucho, cuando te quería decir tanto y todas las for- mas me parecían indignas de ti y no abría la boca... ¿Se me irá a quitar alguna vez?... Si, tú me salvaste la vida, cambias- te mi vida, rompiste el libreto, me impulsaste a ser libre, abriste mi jaula, y a lo mejor los fósforos nadando en la pileta son implacables, y al final nuestras vidas se van a unir, después de tanta historia, de tanto desencuentro, de tantos muertos, de tantas penas, de tantas le- janías, e igual me da miedo, igual me siento una lola ridícula frente a tu lucidez de siempre, a tu fuerza, a tu embrujo de mono de madera, de acuariano típico, de volado inconsciente, loco, poeta, anarco, lin- do, y podría entregarme entera, pedirte que me quieras, que cargues conmigo y mis traumas ancestrales, cargar con las tuyas, con tus pe- nas recónditas, con tus cicatrices que no muestras, empatar nuestras historias, completar nuestras historias, confundirlas, amasarlas, a lo mejor trasmitirlas, ojalá por radio, hacer un radioteatro, yo laMireya Latorre y tú el Emilio Gaete, o trasmitir de nuevo juntos el plesbici- to para Suecia, o besarnos apasionadamente arrodillados en el suelo escuchando al Pato Manns como en Akalla, o en tu cumpleaños en Hellenelund, cuando cumpliste 36, y yo me fui con mi marido de en- tonces pasado de copas y tú te quedaste a crear, a inventar a la Sonia Paulette Patricia, que salió igual a ti, hermosa como tú, o más hermo- sa que tú, y éramos tan locos, tan apasionadamente locos que pudo Horacio Marotta, Alexandra Barrientos y Miguel Davagnino

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