Para que nadie quede atrás: A la memoria de nuestras(os) compañeras(os) y maestras(os)
118 tos a su buen juego. (...) Mi perfil de Facebook se llenó de insultos y amenazas. Por aquel entonces, yo publicaba columnas en ese sitio, tituladas Matador de Gigantes. En ellas, me dedico a criticar cual- quier cosa que fuera acorde al pensamiento general. (...) Hoy, me- rodeo por los pasillos y por las salas, con el rostro agrio y apagado, víctima de mis propias palabras… y lo peor de todo es que esto me lo causé a mí mismo, aún sabiendo que esta carrera era para mí”. Las cosas seguirían empeorando. Los caminos en la mente de Beto se empezaban a cerrar y la salida se iba volviendo cada vez más cla- ra. Había comenzado una caída que no podría detener. “El momento más grave de la vida” Quizás fue por su afilada pluma, por sus ácidos comentarios sobre la realidad, por problemas en su entorno más cercano o por estar sumido demasiado profundamente en sus reflexiones. Tal vez no fue ninguno de estos motivos o, por el contrario, fue la suma de todos; la única certeza que tenemos es que el segundo semestre de ese año, Beto comenzó un proceso que le arrebató las ganas. Lentamente, comenzó a desaparecer. Los recuerdos de varios compañeros coinciden en ciertos puntos: el haberlo visto cami- nar con la cabeza gacha, evitando las miradas, con una actitud hermética y proyectando una desconfianza que lo aislaba poco a poco de sus pares. Cambió los pastos del campus por las caluro- sas salas de computación, y los pasillos y bancas por los rincones y últimas filas. Dejó de asistir a clases, aunque se le seguía viendo por la universidad. Estos signos hoy parecen muy evidentes, pero muchos de nuestros compañeros se siguen preguntando cómo es que no los notamos. Beto nunca escondió el hecho de que le costase sociabilizar, era un tema con el que luchaba en cada nuevo comienzo. De alguna for- ma sus intentos fracasaron hasta el punto de aceptarse como una sombra, un detalle que ni él mismo estaba seguro de querer notar. Guardó silencio con quienes lo dejamos, tomó distancia de quie- nes lo ignoraron y así, a pesar de recorrer los mismos lugares que nosotros, desapareció. “No la estoy pasando bien. Es una crisis vital. Este es, por mucho, mi momento más grave, porque ya no sé bien qué puedo hacer, ni mucho menos qué voy a hacer” , sentencia uno de sus últimos trabajos. El auditorio continuaba silente. Los llantos habían cesado, la gente abandonó el lugar y algunos creyeron haber encontrado explicacio- nes, consuelos y respuestas. El ritual había terminado y el mundo, detenido por un momento dentro de esas cuatro paredes, volvió a la normalidad. Roberto con un grupo de compañeros. Roberto Casanova y su curso de mechones del año 2010.
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