Apostillas para una obra invisible

Para una mirada postpornográfica o una mirada porno postmetafísi- ca, la mujer desnuda todavía oculta algo que es indisponible a la vi- sibilidad, a saber, un acaecimiento desvelador que funda el sentido de la verdad de la mujer desnuda como tal. Tal acontecimiento es indis- ponible como sujeto y como objeto. Se trata de la transparenciación, vía ocultación, del aurea enigmática de una presencia en forma de ausencia, como retroferencia a un sin-origen, sin-fundamento, en de- finitiva, a la pura dispersividad del devenir. La mujer desnuda a la que atiende la mirada pornográfica, como el dios que tiene su residencia en Delfos, ni dice ni calla sino que señala hacia un acaecimiento que localiza y temporaliza un topos localizador de un deseo de/por tocar como Santo Tomás, no el de Aquino esta vez, (si no lo toco no lo creo ni lo veo). Mientras, la mirada pornográfica suele alucinar en colores y dispersarse en una miríada de alusiones que incitan a la excitación, alba de una promesa que promete su pro- pio incumplimiento, el fracaso de la mirada por acabar siendo un to- car, en tanto que tocar implica la aniquilación de la mirada. Si la mirada pornográfica promete que tocaremos (y no sólo que nos tocaremos) algo otro, que la mirada pornográfica desea su propia au- todestrucción porque desea ya no mirar, sino tocar a la mujer desnu- da. El fracaso de la promesa de la mirada porno nos convierte en unos (meros) mirones: si la mirada porno nos prometía tocar algún cuerpo otro de nosotros mismos, el fracaso de tal promesa, la incapacidad de suprimir la mirada entendida como tocar a distancia, por tanto, un no-tocar nos aboca a acabar donde empezamos, es decir, a sobarnos a nosotros mismos sin más (ni menos). La mirada pornográfica (tocar a distancia a la mujer desnuda que provoca erecciones anímico-físicas) incita a escribir, como se puede comprobar, sobre la experiencia de una transgresión de aquello que no debe verse (está muy mal visto ver cosas malas) en tanto que aque- llo que no debe verse, en el más allá del límite de lo bien-visto por la auctoritas moral-religioso-política, provoca a pensar sobre la ar- bitrariedad de ciertos juicios universales (in)morales supuestamente evidentes, por sumamente visibles. También se prohibe la visión de ciertas situaciones, cuerpos y demás porque pueden provocarnos una

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