Derechos humanos y mujeres: teoría y práctica

la educación primaria, amparadas en razones acordes a su papel en lo doméstico: una formación básica en lectura, escritura y cálculo era necesaria para cumplir adecuadamente las funciones de esposa y madre. Posteriormente, algunas reclamaron su ingreso a los tramos medios de educación, aduciendo igualmente razones acordes a los roles imperantes: ciertas mujeres podrían, por cualquier circunstancia adversa, quedar fuera de la vida matrimonial; ¿no sería bueno que ellas pudieran subsisitir ejerciendo una profesión digna y no se vieran condenadas a la dependencia de sus parientes o, lo que es peor, la caída en el oprobio? Para estas mujeres se establecieron escuelas de institutrices y de enfermeras, carreras que proyectan la virtud femenina del cuidado en la sociedad y que permitieron a las mujeres de las clases medias vivir relativamente libres. En ese contexto, un grupo muy selecto de mujeres logró cumplir los requisitos necesarios para la entrada a las universidades, pero estas no las admitían. A partir de 1880, unas pocas universidades europeas comenzaron a admitir mujeres en las aulas. La idea que lo permitió fue la de excepcionalidad: la regla es que para las mujeres una formación superior es inaceptable, salvo, en casos excepcionales. “La existencia misma de las excepciones […] confirma que la regla está bien tomada. Una mujer con formación superior ni es ni puede ser una mujer corriente, por lo tanto su capacidad o su trabajo revierten sólo sobre ella misma y para nada cambian la opinión que haya de mantenerse sobre el resto. Ella es una excepción y las demás son lo que son. Bajo esta ‘dinámica de las excepciones’ algunas mujeres consiguieron por primera vez abrirse un puesto en el seno de la cultura formal” 32 , lo cual no significó que las mujeres que lograron completar sus estudios profesionales pudiesen acceder al ejercicio de las profesiones. A ello se debe que las primeras generaciones de mujeres con educación superior obtuvieran éxitos en tareas de investigación, que podían realizarse casi solitariamente. 33 Las demandas por el sufragio, por su parte, tuvieron una relación directa con los avances progresivos en el acceso a la educación. La negación del voto se hacía más difícil de sostener en la medida en que avanzaba la formación de las mujeres. “El sufragismo se planteó las formas de intervenir desde la exclusión en la política y estas formas tenían que ser las adecuadas para personas no especialmente violentas y relativamente carentes de fuerza física. De modo que la manifestación pacífica, la interrupción de oradores mediante preguntas sistemáticas, la huelga de hambre, el autoencadenamiento, la tirada de panfletos vindicativos, se convirtieron en sus métodos habituales” 34 . Así, el sufragismo innovó las formas de agitación e inventó la lucha pacífica. La obtención del voto, finalmente, estuvo íntimamente relacionada con las dos guerras mundiales: “Cuando las grandes guerras se produjeron en la primera convulsa mitad del siglo XX, los varones fueron llamados a filas y llevados al frente. Los países beligerantes tuvieron entonces que recurrir a las mujeres para sostener la economía fabril, la industria bélica, así como grandes tramos de la administración pública y de los subsistemas estatales. La economía no falló, la producción no descendió y la administración estatal pudo afrontar sin lagunas momentos muy críticos. Quedaba entonces claro que las mujeres podían mantener en marcha un país. En tales condiciones, que siguieran excluidas de la ciudadanía carecía de todo sentido. Ni siquiera las voces más misóginas pudieron oponerse a la demanda del voto. Simplemente se limitaron a augurar los efectos catastróficos que la nueva libertad de las mujeres tendría para la familia. 32 Ibíd., pp. 18-19. 33 Ibíd. 34 Ibíd., p. 19. 41 Derechos Humanos y Mujeres: Teoría y Práctica Feminismos, Género y Derecho

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