Derechos humanos y mujeres: teoría y práctica
representación y representatividad (o sea, la distinción entre “el pueblo” y “los que deciden”) y, por extensión, como una forma para contrarrestar las crisis de legitimación que de ahí derivan. Con todo, en la medida en que dicha “feminización” es promovida para garantizar la preservación de la masculinidad del poder, resulta forzoso que opere por la vía de la excepción calificada. Requiere, entonces, un sistema de cooptación exclusivo y un entramado simbólico que la defina, de manera bifronte. Puertas afuera, las mujeres que logran acceder a puestos políticos de cierta visibilidad son presentadas a la opinión pública como el producto de un dispositivo de sobreselección basado en un riguroso examen de méritos (una especie de “darwinismo social” ajeno al sexo de los implicados) y su presencia, aunque minúscula, es usada para demostrar que la igualdad de sexos ha triunfado. Puertas adentro, en cambio, esasmismasmujeres ocupan posiciones marginales, sufren cotidianamente descalificaciones sexistas, son el foco de la hostilidad de sus propios compañeros de partido durante las campañas y, en general, conviven constantemente con la impresión de ser percibidas como outsiders 11 . Como advierte María Antonia García de León, ellas configuran una élite discriminada. 12 Todo esto corrobora que los obstáculos que las mujeres deben vencer para ejercer el poder político no se circunscriben al acceso formal a los cargos, sino que impregnan todas las dinámicas y prácticas políticas y, por tanto, las “persiguen” a lo largo de sus trayectorias. Dichos obstáculos parecen tan difíciles de eliminar como sería cortarle definitivamente la cola a una lagartija. ¿Por qué ocurre esto? A decir de Celia Amorós, lo anterior se vincula con que cuando las mujeres ejercen el poder lo hacen sin una investidura completa. Es decir, disponen de un poder no transitivo e interino, un poder que no fluye al estilo foucaultiano, porque nunca se ha identificado colectivamente con las mujeres. Para entender adecuadamente esta conexión resulta útil visualizar al poder político en su real configuración, esto es, como un poder con componente ritual o iniciático, y a quienes ejercen la política como miembros de una cofradía. Vistas así las cosas resulta que, a diferencia de los varones ―que son admitidos en esta cofradía de pleno derecho y, por lo mismo, son aptos per se―, las mujeres requieren que los hombres ratifiquen la calidad y la idoneidad de sus decisiones. 13 La clarificación de que el poder femenino es eminentemente precario y que la garantía de su estabilidad precisa alguna institucionalización ha sido crucial para el desarrollo de las medidas de incentivación de la participación política femenina. A partir de ahí, el movimiento feminista contemporáneo, valiéndose de las necesidades de legitimación de los partidos políticos y de sus propias estrategias ligadas al cálculo electoral, ha orquestado ―como lo había hecho antes a propósito de otras problemáticas― una nueva subversión desde adentro. Esta vez, radicalizando los presupuestos de funcionamiento de la democracia representativa. Las cuotas y la paridad son el resultado de esta empresa. Su devenir, justificación, problemas y desafíos serán examinados en los próximos apartados. 11 Sobre este asunto pueden consultarse los siguientes textos de la cientista política francesa SINEAU (1998, pp. 61-81; 2001). También puede consultarse en español: GARCÍA DE LEÓN (2004); RODRÍGUEZ (2005). 12 Ver: GARCÍA DE LEÓN (1994 y 2004). 13 Ver: AMORÓS (2006, en especial, pp. 383-445). Por su parte, Amelia Valcárcel, en una visión complementaria y extraordinariamente sugestiva, agrega que las mujeres que ostentan el poder deben sujetarse a los tres votos clásicos: pobreza, castidad y obediencia. Véase: VALCÁRCEL (1997, Capítulo VI). 185 Derechos Humanos y Mujeres: Teoría y Práctica Mujeres, Ciudadanía y Participación Política
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