Derechos humanos y mujeres: teoría y práctica
Las resistencias provenientes de los partidos políticos se expresan de diferentes formas 6 . Entre estas pueden citarse el desfase entre una abultada presencia de mujeres en calidad de militantes y su acceso reducido a las jerarquías del partido; la preferencia por las candidaturas masculinas en desmedro de las candidaturas femeninas, las prácticas de situar a las mujeres en posiciones de lista no elegibles o de presentar sus candidaturas para circunscripciones que, de antemano, se estiman perdidas 7 . Aunque parezca paradójico, este comportamiento alcanza incluso aquellos partidos que cuentan, a nivel de sus propias reglas internas, con mecanismos de incentivo para la participación política de mujeres o que han apoyado el establecimiento de mecanismos legales. 8 Pero si ―como he afirmado― el acceso de las mujeres a puestos de relevancia política está lejos de realizarse en condiciones de verdadera igualdad y si, de otro lado, los partidos políticos son estructuras refractarias a la feminización, ¿por qué ciertas mujeres consiguen formar parte de este club exclusivo y, todavía más, algunas de entre ellas logran acceder a los más altos puestos representativos? Dicho de otra manera, ¿qué es lo que impulsa a este poder eminentemente masculino a ceder una parcela de sí mismo? Dejando de lado los casos de las viudas (Violeta Chamorro o Corazón Aquino), de las hijas de jefes de Estado (Benazir Bhutto o Indhira Gandhi) o de las “protegidas” de políticos, que se beneficiarían de modos de legitimación particulares 9 , el acceso de otras mujeres a puestos de poder se explica a partir de consideraciones eminentemente pragmáticas, relacionadas tanto con el sistema político en su conjunto como con la supervivencia de cada fuerza política, aisladamente considerada. El sistema político, en general, necesita de la presencia de outsiders (por ejemplo, mujeres, jóvenes o miembros de minorías étnicas, según el caso) para legitimarse. Esta necesidad se acrecienta en momentos de descrédito de la clase política, en los que la pulsión del electorado por una mayor democratización de los puestos públicos tiende a ser atenuada a través de una mayor permeabilidad del sistema a la entrada de otros actores. Así las cosas, una dosis de “feminización” de la agenda político-electoral 10 es vista como una herramienta apta para reducir la brecha entre 6 A este respecto pueden verse los estudios de casos contenidos en: RÍOS (2008); URIARTE y ELIZONDO (1997). 7 A nivel del continente americano, esta práctica ha dado origen a sendas reclamaciones que han llegado hasta la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH). A los efectos, ver: CIDH. Informe N° 103/01, Caso 11.307: María Merciadri de Morini - Argentina, de 11 de octubre de 2001, finalizado mediante solución amistosa entre las partes; y CIDH. Informe Nº 51/02 (Admisibilidad), Petición 12.404: Janet Espinoza Feria y otras - Perú, de 10 de octubre de 2002. Para una reseña de estos asuntos y un comentario de la jurisprudencia del sistema interamericano de derechos humanos en la materia, puede consultarse: VILLANUEVA (2007). 8 En el caso francés, los partidos de izquierda y de derecha han preferido dejar de recibir parte del financiamiento público antes que presentar tantas mujeres como hombres en las elecciones para la Asamblea General. En el caso latinoamericano se registra un fenómeno similar, que tiene mayor o menor amplitud dependiendo de las medidas establecidas en caso de incumplimiento de la ley. Ver: BAREIRO et al. (2004, en especial pp. 39 y sgtes.). 9 Sonia Dayan-Hezbrun habla de una legitimación “por la sangre” o “por la cama” que se reconduce, en definitiva, a una figura masculina. En el caso de las viudas, estas deben su posición a su virtud, las favoritas a su seducción siempre renovada. A través de las unas y las otras se manifiesta, por sobre todo, la fuerza del hombre a las que ellas pertenecen, incluso más allá de la muerte si es preciso (DAYAN-HEZBRUN 2000, pp. 281-298). 10 Esto resulta operativizado a través de dos estrategias concretas. La primera consiste en un aumento relativo del número de mujeres en la composición de las lista electorales, si bien ―como ya se apuntó― estas tienden a situarse en puestos no elegibles o a presentarse en circunscripciones que de antemano se estiman perdidas. La segunda estrategia consiste en una suerte de feminización de la agenda electoral. Un somero vistazo a las campañas electorales de las últimas décadas revela que la referencia a las necesidades y deseos femeninos se ha multiplicado exponencialmente en los debates electorales. En este nuevo registro discursivo coexisten elementos variopintos, cuya intensidad varía según la forma en que cada sociedad resulta perfilada por la ordenación de género. Por un lado, permanecen elementos asociados a las representaciones tradicionales de género sobre lo femenino (las apelaciones a la familia, el rol de la maternidad en la reproducción de los valores, la función de la religión y de la tradición), mientras que por otro surgen temáticas que reflejan los cambios y/o demandas de subjetivación de las mujeres (entre otros, el control de la sexualidad y la autonomía reproductiva, la inserción al mercado laboral y la valoración del trabajo doméstico). Ambas estrategias están dirigidas a captar los votos de un electorado mayoritariamente femenino y, por tanto, decisivo en cualquier elección. 184 Derechos Humanos y Mujeres: Teoría y Práctica
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