Las relaciones entre América Latina, Estados Unidos y Europa Occidental

LAS RELACIO:-;ES ENTRE AMÉRICA LATINA, EsTADOS U:;;tOOS y EUROPA OCCIDDiTAL También puede atribuirse a este episodio central de la guerra fría el haber estimulado e impulsado la búsqueda de lo que genéricamente se podría denominar "medidas de estabilizació~" ~stratég!cas. ~stas medidas sin eliminar la rivalidad y la competencia bipolar, mtroduJeron dentro de ésta algunas salvaguardias destinadas a disminuir los riesgos de la misma y a facilitar las comunicaciones y la generación de un mínimo de confianza entre las partes. El tratado de prohibición de pruebas nu– cleares en la atmósfera, el establecimiento de la "hot line" entre la Casa Blanca y el Kremlin, y diversos acuerdos sobre limitaciones al em– plazamiento de armas ofrensivas, pertenecen al conjunto de las primeras "medidas de estabilización". Hacia fines de la década pasada éstas comenzaron a adquirir un carácter más amplio y ambicioso al firmarse el tratado de no proliferación nuclear (1968) y al iniciarse las negociaciones SALT (1969). Cabe, por último, destacar el hecho que la crisis comentada fue regional en un sentido muy restringido y en cierto modo casual. Pudo haberse pro– ducido algo parecido en otros lugares del mundo, sin que los actores locales llegaran a jugar un papel significativo. Fidel Castro en momento alguno llegó a constituirse en protagonista de los héchos, y la OEA, si bien prestó su aJl(lyó a la política norteamericana, no fue un actor por sí misma ni como expresión de sus miembros latinoamericanos más relevantes. Todo esto subraya el carácter "importado" del conflicto. Desde mediados de noviembre de 1978, sin embargo, el problema estratégico cubano ha adquirido nuevamente actualidad, luego que las autoridades norteamericanas ordenaron reanudar los vuelos espías sobre Cuba para verificar si unos aviones MIO 23 entregados por la URSS poseían los medios para cumplir eventuales misiones ofensivas de bombardeo nuclear sobre territorio norteamericano. Este hecho permitiría inferir que, a pesar de lo expresado sobre la crisis de 1962 y sus consecuencias, el problema cubano sigue letente como una cuestión delicada en el panorama de las relaciones estratégicas entre las superpotencias. Esta preocupación se refuerza por el temor (manifestado, entre otros, por Henry Kissinger) en el sentido que durante la próxima década la URSS podría llegar a tener una capacidad de asestar un golpe "contrafuerzas" a Estados Unidos, lo que perturbaría profundamente las relaciones estratégicas de disuasión. En contraste con el caso cubano, la intervención norteamericana en la República Dominicana desde fines de abril de 1965, se ajusta a los moldes tradicionales de la política hegemónica en la región. Es este mismo carác– ter "tradicional", reminiscente de las prácticas políticas norteameri– canas en el Caribe antes de la Política del Buen Vecino, el que ayuda a explicar las protestas de vástos sectores de opinión y de gran número de gobiernos en América Latina. No llegó a darse en este caso una competen– cia directa con la URSS en tomo al control de Santo Domingo. Se trató más bien de una acción preventiva, para cuya justificación se invocó el impe– rativo en virtud del cual "los estados americanos no pueden V no deben 98

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